Eran las seis de la mañana y María se sentó donde la abuela esperando a ver qué noticias llegaban. Todos sabían pero nadie se atrevía a hablar, nadie le daba razón a María.
Caminando por esa cuadra venía el finado Patechicle. María se paró de esa silla con mucha fuerza y le dijo: “¿Olmer, qué pasó con Arias?”. Y él sin pensar en su estado, porque estaba en embarazo, le respondió: “No, si ese huevón quedó hecho mierda y la cabeza quedó yo no sé dónde”. Naturalmente, y como era de suponer, María se desmayó. Cuando se despertó, ya estaba en el hospital.
En el hospital también hubo mucha tensión, el día anterior transcurrió normalmente hasta que llegó la hora menos esperada. Los empleados que no trasnocharon entraron a trabajar a las 7:30 de la mañana. Alfonso atendió hasta la una de la tarde y salió a almorzar. El recorrido hasta su casa era bastante largo, tenía que atravesarse casi todo el pueblo. Él hizo su rutina, almorzó y volvió al hospital, ya eran las dos de la tarde.
Eran las 4:30 aproximadamente, calcula Alfonso; él era el encargado de revisar el stock de urgencias, generalmente siempre lo revisaba a las cinco de la tarde, pero esta vez lo hizo más temprano. Cuando se desplazó hacia el stock, llevó los elementos que debía arreglar: solución salina, yelcos, diclofenaco. A las 5:15 de la tarde Alfonso vio que todo estaba normal, no había ningún inconveniente, el hospital estaba con la poca gente que va quedando a esa hora y él ya había cumplido con su labor.
Después de hacer su trabajo Alfonso decidió irse para su casa, eran ya las 5:25. Cuando estaba llegando a la puerta, escuchó unos disparos y unas explosiones muy fuertes; inmediatamente la gente de seguridad les impidió la salida y les recomendó que se resguardaran. Como adentro estaban en consulta, había alrededor de treinta y cinco personas entre empleados y pacientes.
Las explosiones duraron unos quince o veinte minutos continuos y en ese momento, en las primeras explosiones, Alfonso tomó la decisión de volver a urgencias a llevar más elementos, tal vez él en su interior presentía que había muchos heridos. Esta vez dejó cinco cajas de solución salina, prefirió dejar todo organizado.
Mientras el tiempo pasaba, la gente del hospital se ubicaba en algunas de las habitaciones. En urgencias quedó el personal necesario pero también estaba resguardado. El tiroteo era bastante fuerte, ya eran las 7:30 de la noche.
Alfonso cuenta que a esa hora escucharon que golpeaban la puerta, ellos tenían que abrir porque no se sabía si podía haber heridos. “Abrimos la puerta y como lo presentíamos era ese grupo armado al margen de la ley que iba por medicamentos, por insumos. Entraron, pero cabe aclarar que en ningún momento fueron groseros, en ningún momento forzaron puertas, en ningún momento maltrataron al personal, fueron con mucha educación y entonces el portero los hizo seguir”.
Para sorpresa suya, después de saludar, lo primero que preguntaron fue por la persona que estaba encargada de la droguería. El portero llamó a Alfonso y les dijo que él era. Ellos ingresaron por la puerta de urgencias, preguntaron por los materiales que tenía en la droguería. Alfonso lo primero que les mostró fue el stock pequeño que horas atrás había organizado.
“Cuando ellos miran el stock, recuerdo que me preguntaron: ¿Pero esto es lo único que tiene el hospital? Yo dudé un momento, porque estaba pensando qué decirles. Entonces les dije: sí, eso es lo que tenemos acá. No les aclaré nada, ellos tomaron la decisión de llevársela como si fuera la única sin saber que había otra. Ahí recogieron unas cosas y se llevaron otras, se llevaron también algún material médico quirúrgico, es decir se llevaron pinzas, se llevaron gasas, todo lo que se utiliza para sutura”.
Parecía que la guerrilla no tenía afán, la gente que estaba allí quería que se fueran rápido, pero no, todavía no se iban a ir.
––¿Dónde hay otro stock? ––le preguntaron a Alfonso. Al parecer, no era suficiente lo que habían encontrado.
Alfonso recordó que había otro stock pequeño en la sala de partos, les dijo que fueran allá. Cuando llegaron vieron que había mucha oxitocina que es una ampolla que se utiliza mucho para el sangrado. Alfonso dejaba en promedio semanal veinte ampollas, todas se las llevaron y no conformes con eso, decidieron hacer un recorrido por el hospital. Alfonso rogaba que no fueran a encontrar la droguería, aunque, claro, era muy difícil.
Empezaron a hacer un recorrido por la parte administrativa, yo había dejado el bombillo apagado, pero fue inútil porque hay un vidrio bastante grande que es imposible ocultar. Inmediatamente vieron los medicamentos, ahí fue cuando barrieron con todo, se llevaron gran cantidad de material, se llevaron bastante medicamento, yo calculo que fueron aproximadamente catorce cajas de medicamento: había de todo, no sólo medicamento, también había material de aseo personal, todo eso desapareció de la droguería. Más o menos el estimativo que se llevaron en ese tiempo fue de treinta y cinco millones de pesos.
Ya qué se podía hacer. Alfonso trató de ocultar la droguería pero no pudo, era casi imposible, pero claro, él pensaba también en la gente de su municipio. Si se llevaron todo el medicamento ¿qué se les iba a suministrar a los enfermos del pueblo?
Eran las 10 de la noche, la guerrilla había organizado todos los medicamentos en cajas, eran muchas. Los pocos empleados que estaban en la puerta, pensaron que en el hospital ya todo había pasado, sólo esperaban que se fueran para poder cerrar y sentirse más tranquilos.
No todo fue tan fácil. La guerrilla necesitaba transportar los medicamentos, y la solución más fácil fue hacerlo en la ambulancia. Abrieron el garaje y solicitaron un conductor. La gente que estaba allí no pudo decir nada, ellos tenían el poder. El miedo ante la muerte hizo que todos obedecieran. Ellos no los amenazaron, al parecer les hablaron de buena manera y, claro, los empleados tuvieron que aceptar. Implícitamente se sabe que las armas que llevan sobre su cuerpo son también el poder de la intimidación y miedo, así no hagan uso de ellas.
––El conductor no alcanzó a llegar ––dijo el portero.
––Entonces necesitamos a alguien que sepa hacerlo –– contestaron ellos.
Había un administrativo que sabía manejar, ya lo había hecho en la ambulancia, y decidieron designarlo a él. La guerrilla les dijo a los empleados que subieran las cajas con los medicamentos a la ambulancia.
En ese momento llegó un helicóptero y empezó a dar vueltas sobre el hospital y nosotros nos alarmamos. Un guerrillero preguntó al chofer que si él conocia la ruta. Nunca mencionaron cuál ruta. Él les dijo que no. Algo pasó en el parque porque por comunicación tomaron la decisión de montarse rápido y yo como estaba pegado a la puerta me montaron en el centro de la ambulancia: el comandante al lado derecho, el conductor al lado izquierdo y yo en el centro. Luego procedieron a salir hacia el barrio Boyacá y en determinada parte pararon y levantaron a una guerrillera herida y antes de partir hacia el resguardo de Quizgó.
El helicóptero lo vio todo, no estaba tan alto. La incertidumbre cada vez era mayor, ellos pensaban que el helicóptero iba a disparar. La ambulancia estaba subiendo el camino, era una loma, el camino con pavimento se acabó; era carretera destapada, el helicóptero lo vio todo.
La ambulancia paró y cargaron más material, todo estaba controlado, ellos sabían cómo moverse. Luego siguieron con el recorrido, llegaron a una zona y le dijeron a Alfonso que se bajara, él ya no los iba a acompañar más. Siguieron solamente con el conductor. ¿Para qué se lo llevaron entonces?
Alfonso no pudo bajar, él sabía que si bajaba el camino a esa hora podía ser peligroso, no había casas cerca y no tenía opción. Le tocó quedarse en una alcantarilla, eso fue lo primero y lo único que alcanzó a ver, fue aparentemente un resguardo seguro, él se metió allí y quedó a la espera.
Tenía una linterna en sus manos, se la había dado el portero, pero Alfonso no se atrevía a encenderla, si lo hacía podía ser visto y no quería eso. Hacía mucho frío, pero a Alfonso parecía no importarle, el miedo y la adrenalina del momento se lo hacían olvidar; él pensaba en su compañero que se llevaron. Así pasaron las horas, siempre escuchando tiros. La balacera se calmó como a las 5:30 de la mañana. Alfonso decidió esperar a que amaneciera para poder salir.
No pasó nada, la carretera estaba tranquila. Él bajó caminando, se encontró la guerrilla en el camino y lo saludaron. Alfonso les respondió más de cuarenta veces.
––Llegué al hospital más o menos a las 6:40 de la mañana. Los compañeros estaban muy preocupados, salieron a encontrarme y me preguntaron de una vez qué dónde estaba el otro compañero, yo pensé que él ya había llegado. Y resulta que no había llegado, entonces empezó la zozobra, a preguntar ¿para dónde se fue?, ¿qué hicieron con él?
La ambulancia había quedado frente al hospital en la loma de las Tres Cruces, es decir la ambulancia se podía ver y aparentemente estaba abandonada allí porque estuvo todo el tiempo quieta. La duda que quedaba en el hospital era saber qué había pasado con el funcionario que se había llevado la guerrilla.
Él apareció como a las 11:30 de la mañana, bastante asustado, sin pronunciar palabra. Ellos decidieron no preguntarle, su actitud era extraña. Su tema se olvidó por el momento.
Llegó al hospital el Secretario Departamental de Salud del Cauca, el comandante de policía y el Gobernador del Cauca para hacer una inspección de lo que había pasado en el puesto de policía y en el hospital.
Alfonso no quiso tocar nada ni dejó que los demás lo hicieran, él quería que vieran tal como habían dejado el lugar los guerrilleros. Efectivamente así sucedió y de esa manera hicieron la evaluación de las pérdidas.
Él quería ir para su casa, quería rápido saber cómo estaban. Su día había sido bastante difícil, pero no todo acababa allí.
Una mujer, María, había llegado al hospital desmayada, pero se despertó rápido. Cuando lo hizo ya estaba medicada y tenía canalizadas las venas. Allí, al hospital, llegó quien se presume era su esposo. Ella se descontroló al saber que lo habían llevado al centro médico y quería verlo. Le dijeron de nuevo que estaba muerto pero ella lo quería ver. Entonces, le dijeron que estaba en un costal. María estaba destrozada y dijo de nuevo que lo quería ver.
––Imagínese el golpe tan duro que le dio a esta señora cuando vio a su esposo en pedazos, totalmente descuartizado. Es muy duro porque llega desesperada a ver a su esposo, yo me imagino que ella pensaba verlo fallecido porque ya le habían dicho, pero no creo que pensó encontrarlo desmembrado como lo encontró. Entró y el desmayo fue inmediato cuando vio que su esposo no estaba en una mesa sino que lo habían guardado por partes en un costal.
Pobre mujer, tenía muy poco tiempo de embarazo. La tristeza y la indignación en el hospital era evidente. María iba a quedar sola y su hijo nunca iba a conocer a su papá. Afortunadamente su embarazo transcurrió de una manera normal y ella pudo tener a su hijo aunque tuvo que abandonar el pueblo por algún tiempo.
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