sábado, 18 de abril de 2020

ONCE

Cuando nos damos cuenta estamos en una habitación.
Todo ha sido muy rápido y muy temprano, nunca
había pasado tan temprano, casi siempre es después de
las diez. Y ahora suena como si estuvieran dando patadas
a la puerta.

––Mamá, le están dando patadas a la de allá, a la del patio.

Primero son golpes fuertes, como si quisieran que les
abriera. Nadie les va a abrir, nadie es capaz de salir del
escondite elegido y menos con lo que está sonando. Ahora,
ahora son golpes como patadas, puñetazos que le dan,
están desesperados por entrar.

––Mamá, yo me voy a asomar. Mamá, es gente del cabildo.

La casa colinda con el cabildo de Quizgó, por el patio se
puede pasar para acá, la pared entre las dos casas es muy
bajita, cualquiera puede pasar colocando un asiento.

––Mamá, es alguien del cabildo. Como don Chon se pasó,
entonces es alguien del cabildo que también se pasó y
quiere que le abra.

––¡No! Allá atrás hay cuartos y camas, déjenlos que duerman allá, no vaya a abrir, déjelos.

Pero ellos siguen golpeando desesperadamente, quieren
entrar. Golpean duro. ¡Pum! una patada, empujan la puerta.
La abren a la brava. Se entran a la casa.

––¡Qué tal esos indios! a la brava me abren la puerta.
––Mamá, me voy a asomar.

Me subo a la cama de la habitación para asomarme por
los huequitos que tiene la puerta en la parte de arriba, en
conjunto forman un círculo y la luz que entra por ellos
rebota en la pared de enfrente. Una mujer vestida de militar
con el arma. Tiene una cachucha y una cola de caballo
formada por su pelo teñido de rubio en algún tiempo, pero
que ahora se torna naranja, en parte por el sol y la lluvia y
en parte porque hace mucho no se aplica el tinte.

––¿El ejército?, ¿qué hace metido en mi casa?
––Mamá, no es el ejército, es la guerrilla. ¡Mamá, se nos
entró la guerrilla a la casa!
––Dios mío pero, ¿por qué mi casa?, ¿por qué a mí?

No entiendo lo que pasa, hace tiempo que no lo entiendo.
No entiendo por qué la guerra de unos se convierte en la
de todos y me hace parte de ella. Y yo sin ningún arma.
Mi cuerpo únicamente tiembla, mucha adrenalina, mucho
miedo, mucho instinto de supervivencia.

––Mamá, la guerrilla. Mamá, metámonos debajo de la cama
porque ¡se entraron!

Está la muchacha, pero entra más gente, más muchachos.
Son bastantes. Entran y entran. Se toman la casa. Quién
sabe qué vaya a pasar. Qué raro todo esto. ¿Por qué mi casa? Por estar cerca de la policía nos toca todo esto y pensar que hace algún tiempo era el mejor lugar donde podría estar ubicado el hotel.

––Mamá, metámonos debajo de la cama.
––No, porque debajo de la cama es lo primero que buscan.
Metámonos al baño.

Los tiros se escuchan, la balacera continúa, suena una
explosión durísima. Se va la luz. La primera pipa. Sí, esas son pipas. ¡Dios mío! Eso suena durísimo, suena tan duro que lacal de las paredes empieza a caerse, como que se desmorona.

Empujan la puerta. Se escuchan voces. Chon le había
alquilado a los policías, decían que de pronto venían por
Chon. ¡Ay, Dios mío! Vienen por Chon. ¿Por qué mi casa, si
vienen es por Chon? Saben que Chon se pasó aquí a mi casa.

––Mamá, vienen por Chon. 

¿Y Diana?, yo no sé dónde quedó Diana. ¿En qué cuarto
estará? Mis hijos también tienen que aguantarse esto ¡son
niños, por Dios!, ellos no tienen que pasar por nada de esto,
ellos no tienen que ver, ni escuchar, ni sentir, ni siquiera saber lo que es un disparo, lo que es una explosión, lo que es un asesinato. Son niños, ellos no tienen por qué vivir esto.

––Mamá, si vienen por Chon, que no vayan a matar a
Chon aquí.
¿Y Diana dónde habrá quedado? Que Diana no vaya a ver.
Que Diana no vea todo eso. Pobrecita, ¿dónde estará? Que
no le vaya a pasar nada a ella. Dios mío protégela, que no
la vean. Y que ella no vea un muerto, que no vea como
matan a Chon.

––Ya no podemos salir.

Hay voces que hablan y hablan. ¿Será que hablan entre ellos?

Alex dice: “somos civiles, somos civiles, no nos disparen”.
Sacan a Alex del cuarto de atrás. Todos debimos estar en
un sólo cuarto. Alex se metió a un cuarto, doña Consuelo
y Chon se metieron a otro cuarto, y Diana y Andrés, a
otro. Quedamos todos esparcidos. Revisan los cuartos y
los sacan a todos.
Nosotras estamos en este cuarto de acá adelante, somos
las últimas.
Llega el ‘paisita’, es como paisita. Abre la puerta, revisa
primero debajo de las camas, no ve nada, desde la puerta
del baño estamos viendo todo lo que él hace, no nos ve,
mi mamá tenía razón, debajo de la cama es lo primero que
revisan. Y ¿por qué no entra al baño?, no ve la puerta. El niño empieza a moverse, hay mucha bulla. El niño va a empezar a llorar, “cállalo, cállalo”, dice mi mamá. Lo muevo, lo muevo y lo muevo. No nos siente. Cierra la puerta y se va.
Viene Rosita y con una voz tan suavecita como su personalidad, una voz tan delicada como su delgada figura y tan dulce, tan tranquila, tan fina como su estatura, dice:
“Nancy, necesitan al dueño del negocio”. Rosita pretende
que yo salga, yo no voy a salir, yo no tengo por qué salir.

––Diga que no estoy...
––Nancy, no nos van a hacer nada, ellos dicen que no nos
van hacer nada, salga.
––Pues sí, salgamos ––dice mi mamá.

Al paisita lo regañan, le dicen: “¿No que ya habías revisado?,
¿no dizque no había más gente?”. Claro, error del paisita al no revisar el baño, tan bobo, no revisó el baño. Pero bueno, al fin y al cabo nos encuentran y nos sacan de nuestro escondite.

Nosotras salimos y él está en el patio. Es un señor grande,
gigante, con una barba larga, yo no sé quién es, en todo
caso con un arma ahí, colgada al hombro. “¡Ah! No es dueño, es dueña”, dice. No puedo hablar, tiemblo tanto. “¿Dónde están los policías? A mí me dijeron que aquí comen y viven los policías”. Qué susto, estoy temblando, mi mandíbula tiembla, me sale un ”No”.
Mamá como es más temperamental, muy segura y con mucho carácter le dice: “como ya se adueñaron de la casa, y ya están aquí adentro, pues esculquen a ver si los encuentran. Si les dijeron que aquí están, busquen a ver si los encuentran”.
Ese señor se voltea, mira a mi mamá a los ojos, es tan alto
que el arma que tiene terciada en el hombro le apunta muy
cerca y el cañón queda justo a la altura de la cabeza de mi
mamá. Ella se da la vuelta y se ubica detrás de mí.
––¡Ay no! esto no es conmigo ––dice mi mamá.
––Sí señora, tiene toda la razón. Vayan, esculquen, revisen
todo.

Levantan todo, camas, colchones, quitan las cobijas de las
camas en cada uno de los cuartos del hotel. Desbaratan
todas las piezas. En cada habitación del hotel revisan, en
los baños, en la cocina, en el garaje, en los patios y en
cada parte revuelven todo y desorganizan, como si alguien
se pudiera esconder detrás de un cuadro o debajo de una
mesa en pleno patio.

––Bueno, esto queda entre familia, el pleito es con la policía,
no con ustedes. Nosotros no les queremos hacer daño,
busquen un cuarto y quédense todos allí ––dice el grandote.

Mientras esperamos, ellos entran cajas de cerveza, muchas,
por montones. Yo alcanzo a ver que en las cajas hay balas.
Además hay como unas latas de sardinas negras grandotas.
No sé para qué las utilizarán, creo que son las municiones
para el ataque. Pero lo tenían todo bien planeado. Mi casa
queda en la carrera tercera, la misma donde está ubicado el
puesto de policía, mi casa queda casi en la esquina diagonal
a la estación, mi casa tiene portones grandes, cada entrada
tiene dos puertas casi de un metro y algo, a mi casa se
puede entrar fácilmente por el colegio de las monjas y
por las casas que colindan por detrás, mi casa es el punto
perfecto para un ataque hacia la policía.

––¿Señores y es que ustedes se piensan quedar mucho
tiempo? ––pregunta Alex.
––El tiempo que necesitemos ––responden.
––¿Y es que acaso son días?
––Si necesitamos dos o tres días entonces nos quedamos
dos o tres días ––dicen.

***

En la tarde, yo pensaba en que el día había transcurrido
común y corriente. Visité a Teresa que estaba enferma, fui
un ratico y me regresé, llegué acá como a las cinco de la
tarde. Después llegó mi mamá: “Me vine porque estaban
abriendo los huecos para el alcantarillado, eso me hizo
doler los oídos, el ruido me tenía aburrida allá”, dijo.
Luego llegó mi hermana Jenny, que estaba en embarazo,
ya con ocho meses. Después llegó Andrés, muy enojado
porque estaba aprendiendo a jugar billar en la estación y un
policía lo sacó porque se hizo de noche y era peligroso, lo
sacó a él y a quince muchachos más de la estación.



***

No hay luz. Lo que uno ha preparado para momentos
como esos, las velas y todo ese cuento, mentiras, uno ni se
acuerda donde quedó todo.
Empiezan a sonar las pipas otra vez, eso parece que el
techo se nos va a caer encima. Chon dice: “yo me meto
debajo de la cama”, y se fue a meter y no cupo. Me
regaña: “usted porque tiene estas camas tan bajitas, uno
las hace bien altas”. Rosita, como es tan delgadita, sí llega
y ¡chin! se mete debajo de la cama. No va salir en toda
la noche. Chon se mete en ese espacio que hay entre la
cama y la pared, corre el colchón de la cama y se tapa.
Doña Consuelo sí se mete debajo de la cama con Daniela.
Jenny baja una colchoneta y se mete debajo de la mesa
con Alex. Mi mamá y yo nos quedamos encima de la cama
porque qué más hacemos. Mi mamá no cabe debajo de la
cama, yo tampoco y menos con el bebé. Diana y Andrés
se hacen al lado mío.

Mi mamá coló el café. La balacera empezó. Un tiro, dos
tiros, tres tiros.

––¡Ay no! Pero tan temprano.
––Cierre la puerta de la calle ––me dijo Jenny.
––No, yo no soy capaz de ir a cerrarla ––le respondí.
––Si usted no la cierra, la cierro yo ––dijo ella.
––No pues, perate yo voy ––contesté.

Yo me sentí obligada porque no quería ir. Era un martirio
para mí pasarme ese patio tan grande con techo de vidrio.
Me daba mucho miedo, pero bueno, ya qué podía hacer.
Me pasé como pude y cogí el palo de la escoba y para no
acercarme como mucho a la puerta la cerré como pude y
cuando ya estaba así, medio cerrada, puse la tranca.

––Andrés hágame el favor y me cierra la puerta del patio
––le ordené.
Volteé a mirar y Rosita venía caminando hacia mí, y me dijo:
––Doña Nancy, la necesitan en la cocina, hay un señor que
la llama.
––Como así ¿hay un señor en la cocina?, ¿quién me puede
llamar?
––Nancy, déjeme bajar, déjeme bajar, déjeme pasar ––me
dijo Chon.

En los afanes de ayudarlos traje la escalera para que se
bajaran. Se bajó Chon, se bajó Alex, se bajó la niña Daniela,
se bajó doña Consuelo y por último se bajó doña Esmeralda.
Se habían pasado por una claraboya de la casa de Chon y
el techo de esa casa colinda con el mío. Como mi casa es
antigua, el tamaño entre el techo y el cielo falso es bastante
amplio y cabe perfectamente una persona arrodillada, lo que
no entiendo es cómo ese techo tan viejo aguantó con tanta
gente, si algunos de ellos pesan más de ochenta kilos.
Cuando bajé la escalera de la parrilla, miré y no había nadie.
Todo el mundo se fue. Me dejaron sola, nadie me esperó.

––Mamá. Mamá. ¿Mamá?
––Estoy acá.
––Yo pensé que me estaban esperando.
––Estoy aquí en la pieza. ¡Usted qué hace sola! ¿Y el niño?

El niño se había quedado dormido en mi pieza. Que susto
ir para allá. Otra vez me tocó atravesarme ese patio tan
grande, ¿ahora cómo hacía para pasar? Me daba miedo que
cayeran las balas que solían caer por el techo del patio
cuando había tomas. Menos mal no se había despertado
Sebastián. Lo cogí en la cobija térmica, lo envolví y bajé al
escondite donde mi mamá estaba.

***

Son las 11 de la noche y estamos todos en silencio. Todo se
calmó. No suena el radio. No se oye nada. Todo está como
quieto. Una quietud de tanto miedo. Y Sebastián empieza a
llorar. Él tiene ocho meses. Llora y llora, entra uno de ellos:

“¿Qué le pasa al bebé?”, pregunta.
––Debe tener hambre, ¡imagínese! toda la tarde y parte de
la noche sin comer.
––Póngale el seno ––me dice.
––Yo no le doy seno. Tengo que ir a buscar la leche y el tetero.

A esta hora pa' preparar uno leche y ¿con qué agua?
Tantas cosas que pasan en un minuto. La vida da muchas
vueltas y cambia en un instante. Mañana ¿cómo será esto?
¿cómo será mi vida mañana y la de mis hijos?, y ¿esa
pobre gente que vive al lado de la policía?, y ¿cuántos
muertos habrá ya?

––Rosita, ¿usted de pronto dejó algo en la cocina?
––Sí, yo dejé una olla de agua de panela.
––No, pero yo tengo que ir a buscarle el tetero, ir a buscar
la leche para el niño.
––Camine yo la acompaño–– me dice el guerrillero.

Ellos con linterna, yo buscando la leche, buscando el tetero,
aprovecho y saco los pañales. Una voz que proviene del
radioteléfono se escucha entrecortada, pregunta: “¿todavía
llora el bebé? ¿todavía llora el bebé?” Y le responden: “no,
ya le van a dar comida para que no llore”.

Él me acompaña todo el tiempo que estoy fuera de la
habitación. Oigo la voz de Diana: “mamá, yo tengo mucho
frío, quiero ir a traer más cobijas”. Le mandan a otro
joven para que la acompañe. Diana y Alex van a traer a
otro cuarto colchones y cobijas. Ellos les ayudan a pasar
almohadas, les ayudan a pasar todo. Mientras el muchacho
le recibe las cobijas a Diana, ella, de la rabia que tiene
o del miedo, no sé, se las tira y él lo único que hace es
sostenerse y aguantar.

Con el agua de panela fría le preparo el tetero y se lo doy.
Se lo toma todo. Él no lo toma frío, pero esta vez se toma
ese y se toma otro más. Le cambio el pañal. Empieza a decir:
“mamá, papá, tete”. Suelta la lengua el muchachito del susto.
Cuidando la puerta de la habitación hay un joven. Tose
mucho. Mi mamá dice que tiene picados los pulmones.
Tose, tose y tose. Ya son las tres de la mañana, sentimos el
olor a alcohol. Alguien le pasa alcohol para que huela. Ha
estado toda la noche parado en la puerta y no deja de toser.

***

Dios, ¿no han parado esto todavía?, ¿hasta cuándo
irá a ser?, ¿cuándo se van a calmar?, ¿cuándo se irán?,
¿cuándo nos dejarán tranquilos? Son tantas preguntas sin
responder, ¿quién sabe qué vaya a pasar?, ¿quién sabe
qué esté pasando afuera? Aquí todo es tinieblas, miedo,
angustia, desesperanza.

***

Eran como las doce pasadas. Se oía el traqueteo del avión
fantasma. Se escuchaba más movimiento. Corrían para un
lado, corrían para el otro. Hirieron a una muchacha, lloraba
y lloraba: “¡Me hirieron mi brazo, mi brazo!”, gritaba con
tanto dolor. Le taparon la boca con algo. Le dijeron: “usted
no puede llorar, no puede gritar”.
Nos pusimos un colchón encima que porque el colchón
no dejaba entrar las balas. De pronto nos pasaba una
bala. No aguantamos más de media hora. A veces
se escuchaban las balas cerquita, cerquita. A veces se
escuchaban más lejos. A veces la explosión se oía cerca.
A veces más lejos.

***

––Dios mío, yo me tengo que tranquilizar. Doña Esmeralda
¿usted no tiene miedo?
––Mija que pase lo que ha de pasar, que me maten.
––Lala, yo tengo mucho miedo, yo tengo mucho susto.
––No mija, pero miedo de qué, no, tranquilícese.
Yo la miro y la veo tan tranquila. Pero, ¿yo por qué tengo
tanto miedo y ella tan tranquila?, tengo que tranquilizarme,
me puede dar algo, me puedo morir del miedo que tengo.
––Después de la muerte de mi hija, que pase lo que tenga
que pasar ––dice Lala.
Me tengo que tranquilizar. Yo me tengo que tranquilizar. Mi
boca tiembla mucho. Pero, siento que por dentro el corazón
se me quiere salir, está a mil revoluciones.

***

––¡Ganamos, ganamos, ganamos!–– gritan.
Nosotros preguntamos ¿qué se ganaron? Nos quedamos allí
toda la noche, hasta las cinco de la mañana. En medio de
tanta balacera, Sebastián a veces lloraba un poquito, a veces
se calmaba. A veces se dormía un ratico y cuando intentaba
dormirse las explosiones lo despertaban. Él lloraba cuando
oía la explosión y volvía y se calmaba.
Uno de ellos abre la puerta. “Todo ha pasado, ya todo está
en calma”, nos dice. Mi mamá de la rabia cierra la puerta. Él
vuelve y la abre para decirnos que ya terminaron. Mi mamá
vuelve y cierra la puerta.
Alex, el hijo de Chon, dice: “yo quiero salir a ver”. Mi mamá
le responde: “no, no salga hasta que no vea la luz del día”.

––¿Por qué? ––pregunta él.
––No, qué tal haya muertos, ¿usted va a ir a pisar los muertos
o qué? ––le responde.

Me imagino que de mi pieza para acá no hay casas, porque
con cada explosión sonaban los vidrios.

Mi mamá dice: “No, yo no quiero ir a pisar los muertos y
nadie sale hasta que no veamos la luz del día”. Uno cree
que no ha quedado absolutamente nada, que todo está
destruido, que lo único que hay es sangre y muertos por
todas partes, que su escondite, su pedazo de pieza donde
ha permanecido toda la noche es lo único en pie.

No volvemos a oírlos, la casa queda en silencio. Alex insiste
en salir. Ya son como las cinco y media. Mi mamá dice:
“vean bien dónde vamos a pisar”.

A la casa le vaciaron baldes de tierra. Un polvero horrible,
pedazos de caña, de madera, de teja. De la reja a la puerta
no se ve el piso, es un tapete de vainas de balas. Las puertas están abiertas de par en par.




Tomado del libro
Entraron a la Casa
Escrito por
Natalia Morales
Julián Gómez

No hay comentarios.:

Publicar un comentario