martes, 14 de julio de 2020

EL SABOR A MARTES



Recuerdo mis días de infancia cuando iba con Jose a la galería, ella hacia maldades como coger una pepa de mango, mirar quien estaba bien distraído al otro lado de donde estábamos nosotros y se la lanzaba.

Siempre acertaba en la cabeza o en la espalda y seguía como si nada el despistado, demás que espabilaba sin saber de dónde llegó “el meteorito”; no podíamos mirar, mejor para nosotros, no había pasado nada, seguíamos como si nada”... Esos eran mis juegos de infancia los martes en “la galería”. 
Desde esos recodos de infancia, hoy ya adulto rememoro “EL SABOR A MARTES”.





Este comienza desde el lunes en la tarde, con el movimiento en las calles, se siente la proximidad del martes, martes del latín: Martis Dies o”día de Marte” el día del fuego, los venteros van armando estanterías y descargando los productos para EL DÍA DEL MERCADO EN LA PLAZA DE SILVIA CAUCA; “la Suiza de América” como se le conoce en el mundo por sus paisajes y su clima.


El martes al amanecer, empiezan a llegar los vehículos tipo escalera (chivas) y camiones cargados de todo tipo de mercancías para la venta; las señoras de los puestos de comida son de las primeras en llegar para tener tiempo de ir preparando desayunos, se ubican al fondo del patio en pequeños restaurantes donde todo se cocina a fogón de leña. 
El espacio empieza a invadirse entre otras cosas con los maravillosos olores de café, empanadas acompañadas con ají de maní, arepas de maíz, masas de harina de trigo, tamales de pipián, en fin, gran variedad de la gastronomía Silviana para todos los que vienen a desayunar este día en la galería.
Desayunar con tamal de pipián, arroz, café, eso solo lo puedo vivir aquí los martes de mercado! Me fascina ir a tomar café con empanadas y ají de maní, hacer un recorrido por todos los sectores, solo para observar y escuchar a las personas comprar una que otra verdura, los ajos frescos, el queso en hoja que venden los Guambianos, recorro las carnicerías donde encuentro carne de ovejo, cerdo, de res, la manteca en forma de tazas y en fin, otros productos que siempre he visto en este lugar.



Recorrer la plaza es todo un placer , el patio donde se exhibe la papa en todas sus variedades, los ullucos que tanto me gustan y que siempre compro junto con la papa colorada que tiene un sabor delicioso, ver los colores exhibidos en los puestos de las frutas es todo un espectáculo, toda la plaza es una amalgama de colores; seguir el recorrido por los puestos de panela, de granos, herramientas, zapatos, tejidos de lana, los puestos de las hierbas medicinales que venden los indígenas del Putumayo, es como si ese colorido se extendiera también por las afueras de la plaza con todas sus ventas de ropa de segunda, las Guambianas con sus ventas de cebolla, en fin, se encuentran muchas cosas allí para comprar.

El chirrinchi y el aguardiente no pueden faltar, pero más que un mercado, algunos, en especial los Guámbianos, lo viven como una fiesta, pues es un día para celebrar, celebrar la vida, porque el martes le da vida al pueblo, su parque se llena, las personas del pueblo salen a la calle, el martes definitivamente identifica a Silvia con todo su movimiento. 

El día del fuego para los orientales pareciera que se viviera en Silvia todas las mañanas del día de mercado y como el fuego, se va extinguiendo poco a poco, al medio día se va sintiendo la calma, y al atardecer empieza a apagarse lentamente como si quisiera resistir al tiempo que va transcurriendo, llega la noche y todavía se ve movimiento de personas recogiendo los puestos y regresando a casa dejando brazas en el brasero, esperando el próximo lunes para empezar a encender de nuevo el fuego.


Por todo esto pienso que martes de mercado no debe desaparecer de la vida del Silviano, ¿qué haríamos un martes si no hay martes?. 




Fotografía y texto por:
Hisashi Quijano Mesa

miércoles, 6 de mayo de 2020

EN LA OSCURIDAD

Tenerle miedo a la oscuridad a los trece años es algo que
parece normal. Generalmente ese miedo se relaciona
con situaciones paranormales y viene desde que somos muy
pequeños. La situación cambia un poco si en esa oscuridad
sientes que la guerrilla camina sobre el techo de tu casa,
mientras escuchas bombas y tiros. En ese instante, el miedo
toma un rumbo diferente y puede pasar que, así como para
Diana, lo último en lo que se piensa es en el miedo a la
oscuridad y empieza a surgir el miedo a la muerte.
Eran las 11 de la noche y en ese momento los disparos
habían cesado un poco. Diana y su abuela estaban en la
habitación y con ellas estaba también un policía que vivía
en la casa de al lado. Él, al escuchar la aparente calma, les
dijo a Diana y a su abuela que ya todo había terminado, que
por favor le prestaran una linterna para pasar a la otra casa
y poder ver a su familia. La abuela de Diana le dijo que no
se la prestaba porque era la única que tenían y no se podían
quedar a oscuras, pero sugirió que lo acompañaba hasta la
última habitación de la casa para que se pudiera pasar.
La casa estaba totalmente a oscuras y lo único que alumbraba
el lugar era la luz tenue de la linterna que se desplazaba
al ritmo de los pasos lentos de Diana y el policía. Ellos
no hablaban mucho y Diana sólo quería llegar rápido para
poder devolverse y estar con su abuela. Cuando llegaron a la
habitación, el policía convenció a Diana de que le prestara
la linterna mientras se subía por el hueco que estaba en el
techo de la habitación.
Diana se quedó esperando la linterna, no se podía mover
porque estaba muy oscuro, sólo sentía que el policía
caminaba por en medio del techo. En esa oscuridad, se
daba cuenta que sus sentidos se agudizaban, sobre todo el
oído, y fue en ese momento cuando se dio cuenta también
que sobre el techo caminaba más gente porque escuchaba
cuando se quebraban las tejas.
––Yo me quedé ahí quieta, a mí se me olvidó ese miedo
a la oscuridad que uno generalmente tiene porque estaba
concentrada sobre todo en el miedo de que de pronto me
fuera a pasar algo o que alguien más bajara y no fuera él.
Ella siguió esperando y como a los cinco minutos escuchó
que ya regresaba, sintió de nuevo los pasos del policía por
en medio del techo, se calmó un poco y continuó su espera.
El policía les había dicho que ya todo había pasado,
situación que tranquilizó un poco a Diana, pero no era
una tranquilidad total, el ambiente era de zozobra, y se
sentía una calma tensa. Cuando vio al policía, él le dijo
que le ayudara a bajar a sus hijas, porque para su sorpresa
el policía se había pasado de casa pero era para traer a
su familia, porque en el fondo él sabía que la guerrilla lo
estaba buscando. Cuando bajó del techo, venía con una
niña de seis meses, otra de ocho años y su esposa. Diana se
sorprendió mucho, los ayudó a bajar y se fueron de nuevo
a la habitación donde la esperaba su abuela.
Entraron a la habitación y cerraron la puerta, inmediatamente
después empezó de nuevo el fuego cruzado. Diana decidió
meterse con su abuela debajo de la cama, en la parte de
arriba estaban las dos niñas y su mamá, y en el borde de
los pies, estaba sentado el policía, justo al frente de la
puerta de la habitación.
––Las explosiones que se escuchaban eran muy fuertes. Yo
pensé que había habido una en el apartamento de al lado,
porque la vibración del piso era algo muy feo, se sentía muy
cerca, peor que un temblor, y de pronto sentí como que
habían abierto la puerta de la casa.
Después de eso, Diana empezó a escuchar gente caminando
por fuera de la habitación donde estaban. Era como el
sonido de muchas botas y gente corriendo en el patio, justo
al frente de la habitación donde se encontraban. Al parecer
no sólo Diana estaba escuchando eso, puesto que su abuela
empezó a rezar, ella solo decía: “Dios mío, que a mi nieta
no le vaya a pasar nada, que me pase a mí pero no a ella”.
––Recuerdo que yo pensaba que ojalá ella no se fuera a dar
cuenta, o sea que no escuchara los pasos de ellos adentro
porque se iba a poner más nerviosa, yo nunca le dije a
ella que escuchaba eso, nunca le pregunté nada, además
porque ella lo único que hacía era rezar mucho.
Los guerrilleros ya estaban dentro de la casa. Diana había
escuchado bien: mientras ella esperaba la linterna, sobre el
techo estaban caminando los guerrilleros, después entraron
por el patio saltando por el lavadero.
Diana recordó en ese momento que a quien estaban
buscando era al policía que estaba junto con ellas en la
habitación. Él, unas horas antes, les había contado cómo
llegó a la casa, puesto que estaba en el parque cuando la
toma guerrillera empezó. Lo venían persiguiendo aunque ya
no trabajaba en Silvia, pero los guerrilleros sabían que él era
policía, y además sabían dónde vivía y quién era su familia.
Unas cuantas horas antes, Diana estaba en la cocina con
su abuela, todavía no había sonado nada y el policía les
dijo que por favor lo dejaran quedar allí porque, según él,
lo iban a matar. Sin ningún problema Diana y su abuela
le dijeron que sí, y en ese preciso momento sonó una
explosión que abrió la puerta de la calle. Él las tranquilizó y
recostado sobre las paredes se fue despacio y la cerró con
el pasador que era un buen seguro. Luego llegó de nuevo
a la cocina, pero como empezaron a sonar muchos tiros,
los tres decidieron ir a la habitación de la abuela de Diana,
donde pasarían toda la noche.
––Primero estuvimos sentadas en la cama, después de las
explosiones tan fuertes y de los tiros que sonaban nos
tiramos al piso. Yo lo único que recuerdo fue que pasé una
cobija para que mi abuela se envolviera las piernas y nos
metimos debajo de la cama. El policía se quedó en la parte
del frente, él no hablaba nada, no decía nada, se quedó
totalmente callado. Todos estábamos muy asustados, nunca
habíamos presenciado algo tan fuerte. El miedo no nos
dejaba ni hablar. Recuerdo que yo tenía la linterna y, como
por reflejo, alumbraba por dos segundos el reloj que ya
sabía dónde estaba: lo miraba cada minuto pero ese tiempo
se nos hacía una eternidad, a mí se me hacía que habían
pasado horas y no, sólo había pasado un minuto.
En la tarde del día anterior parecía que Diana como que
presentía que algo iba a pasar y que no podía dejar a su
abuela sola en la casa. Ella estaba con su mejor amiga y estaba
aprendiendo a manejar moto, Diana le estaba enseñando.
Ellas se iban a aprender por la calle de atrás de la policía
porque esa calle es poco transitada. A Diana siempre le han
gustado mucho las motos, pero como a las cuatro de la tarde
de ese día ya no quiso seguir montando más y decidió que
era mejor ir a entregar la moto. A su amiga la idea no le gustó
mucho pero terminó por decir que sí.
Diana llegó a su casa pero no había nadie, entonces se fue
para la casa de su abuela que queda a media cuadra de
la policía. Ella vio todo aparentemente normal y cuando
estaba llegando a la policía se encontró con Lina y Rodrigo,
una compañera del colegio y su papá, quienes vivían en
la casa de al lado de la policía. “Los saludé y hablamos de
unas cosas de trabajos para el otro día del colegio y bajé
donde mi abuela: esa fue la última vez que vi a Rodrigo”.
Después llegó a la casa de su abuela. Su papá estaba en la
esquina con su hermano, luego fue a la casa de enfrente.
Ellos comían en esa casa que era un restaurante. Diana se
sentó a conversar con la señora que preparaba la comida,
quien le pidió el favor a Diana que le fuera a buscar un
número telefónico. Luego Diana pasó al frente, a la casa de
la abuela, porque allí era donde estaba el directorio. Saludó
a su abuela y se quedó conversando con ella. Su abuela le
dio café y mientras se lo tomaba se acordó que tenía un
favor pendiente. Salió hasta la puerta y miró para la esquina
a ver si su papá todavía estaba allí.
––Cuando yo miré a la esquina, había un tipo con un arma
apuntando hacia arriba, hacia la parte de la esquina de
arriba. Lo primero que se me vino a la mente fue ¿a quién
van a matar? Volteé a mirar hacia arriba y no se veía nadie.
Cuando sonó un primer disparo entonces yo cerré la puerta
y entré corriendo donde mi abuela que estaba en la cocina.
El tiempo había pasado y era ya la una de la mañana, los
pasos dentro de la casa se seguían escuchando, cuando de
pronto empezaron a caer las luces de bengala. Luego los
guerrilleros empezaron a patear las puertas y abrieron la
habitación de enseguida. Allí se estuvieron hasta que se fue
el efecto de la luz.
––Se escuchaba que buscaban algo, pero gracias a Dios
nunca entraron al cuarto de nosotros, o sea no sé si fue
el ángel de la guarda porque nunca vieron la entrada del
cuarto, porque si nos hubieran visto ahí, en este momento
no existiéramos. Yo igual pensaba a qué horas nos iban a
abrir la puerta y si así era, el policía estaba precisamente
frente a la puerta o sea que si la abrían lo encontraban a él
de una. Entonces lo primero que decía yo era que si lo veían
a él pues ahí íbamos a quedar todos porque finalmente por
él era por quien habían entrado a la casa.
La puerta de la pieza donde estaban no era difícil de ver
porque es la que queda frente al patio que fue por donde ellos
se bajaron. Diana no se explica por qué no la vieron, ya que
es una puerta de las antiguas, de las grandes, además resaltaba
porque el color de las paredes era blanco y la puerta era verde.
––La habitación es muy grande porque ocupa casi todo el
patio, y la pieza donde ellos entraron era la más pequeña. La
puerta no tenía chapa y era muy chistoso porque esa puerta
se abría con nada pero yo creo que ese día nos protegieron
las oraciones de mi abuelita durante toda la noche.
No se sabe por cuánto tiempo estuvieron en la casa los
guerrilleros. A las seis de la mañana, Diana y los demás
decidieron salir a mirar qué había pasado. El primero que
abrió la puerta fue el policía, cogió a sus niñas y a su esposa,
miró a los alrededores y se dio cuenta que ya no se veía
nada y que podían salir sin ningún problema. Diana se quiso
levantar del piso pero no pudo porque el frío que habían
recibido sus piernas durante toda la noche no la dejaba.
Como pudo se sentó en la cama y esperó un momento a
que su cuerpo le respondiera de nuevo. Su abuela estaba
bien, ella sí había estado cobijada todo el tiempo.
Cuando salieron, lo primero que vio Diana fue que la casa
estaba muy sucia, había muchas tejas en el piso y la puerta
de la calle estaba totalmente doblada, los vidrios quebrados
y las paredes sucias. Diana estaba acompañando de nuevo
al policía a pasar a su familia, pero esta vez por la puerta
de la calle, cuando de pronto golpearon la puerta y eran su
papá y su hermano que venían a ver cómo estaban.
––Mi papá se puso a llorar porque él creía que nos iba a
encontrar muertas, ya que él abajo escuchó muchas cosas.
Contó que en la esquina donde él estaba se paraban a hablar
los guerrilleros y que decían que iban a poner una bomba
en la casa blanca que era donde estábamos y la única casa
blanca de la calle era la de mi abuela. Entonces él decía que
ya no nos iba a encontrar a nosotras vivas, además porque
las explosiones que uno escuchaba eran todas muy cerca.
Juntos, dejaron atrás la casa derruida y se fueron donde la
familia los esperaba.

Tomado del libro
Entraron a la casa
Por Natalia Morales y Julian Gomez



lunes, 4 de mayo de 2020

A Z U L

Se sentía la mujer más sucia del mundo. En el hospital la cosieron y el cuñado, José Luis, la sacó por otra puerta para que la policía y los periodistas no le fueran a preguntar qué había pasado. De todas formas ella no sabía lo que le había pasado. No entendía por qué el ejército peleaba contra los policías. Ella creía que era el ejército pero era la guerrilla.
Lo que la hizo correr en medio de tanto ruido por en medio de un color azul espeso fueron sus hijos. Los tres niños que tenía la llamaban cada que se caía, sus caras aparecían en el aire y con dulce voz le decían ‘mamá’. Cada que pensaba que se iba a enfriar y que iba a entrar en coma para después morirse, aparecían.




Lo que había ocurrido fue una confusión. Los guerrilleros pensaron que iban policías en el carro dónde ella viajaba. Entonces desde la loma arrojaron una bomba. La bomba no estalló en el capó del carro sino en la cuneta al lado de la carretera porque había rebotado. Gracias a Dios fue así. Y de eso sólo quedó una pequeña cicatriz en su frente.
Cuando vieron a las mujeres y demás civiles caer a lo largo de la carretera, asustados, ellos gritaban que la habían cagado: “Hijos de puta, la cagamos, no son policías”. Pero ya qué podían hacer.
El lechero pasaba por el sitio, la montaron en el carro, en la parte de adelante con la finada Amparo Castillo. En la parte de atrás del vehículo se montaron los otros docentes que viajaban al curso que estaban haciendo. En el carrole pusieron guantes para que no se fuera a enfriar, y en su cabeza lo único que estaba, aparte de sus heridas eran sus hijos, su esposo y el miedo de quedar en coma. No pudieron devolverse para Silvia porque la guerrilla no dejó.
En Piendamó, la subieron en un Campero y la taparon muy bien con todas las chalinas que traían puestas. Llegaron a Popayán. En Silvia la noticia era que no había quedado nadie vivo. A su papá y a su esposo les prestaron un carro para viajar a ver qué encontraban. Y encontraron en la carretera vidrios, casquillos de bala y nada más. 
Su mujer estaba en la casa de una tía, Ligia se llamaba. Con un abrazo infinito, lleno de amor y angustia la encontró viva. A ella nunca se le olvidaría ese episodio de su vida. En sus sueños durante muchas noches lo volvió a vivir. Y se lo recordaron tres tomas guerrilleras y muchos hostigamientos más de los que ella y Silvia, Cauca, han sido víctimas. 



Tomado del libro
Entraron a la casa
Por Natalia Morales y Julian Gomez

miércoles, 29 de abril de 2020

LA NOCHE EN UNA ALCANTARILLA

Eran las seis de la mañana y María se sentó donde la abuela esperando a ver qué noticias llegaban. Todos sabían pero nadie se atrevía a hablar, nadie le daba razón a María.
Caminando por esa cuadra venía el finado Patechicle. María se paró de esa silla con mucha fuerza y le dijo: “¿Olmer, qué pasó con Arias?”. Y él sin pensar en su estado, porque estaba en embarazo, le respondió: “No, si ese huevón quedó hecho mierda y la cabeza quedó yo no sé dónde”. Naturalmente, y como era de suponer, María se desmayó. Cuando se despertó, ya estaba en el hospital.

En el hospital también hubo mucha tensión, el día anterior transcurrió normalmente hasta que llegó la hora menos esperada. Los empleados que no trasnocharon entraron a trabajar a las 7:30 de la mañana. Alfonso atendió hasta la una de la tarde y salió a almorzar. El recorrido hasta su casa era bastante largo, tenía que atravesarse casi todo el pueblo. Él hizo su rutina, almorzó y volvió al hospital, ya eran las dos de la tarde.

Eran las 4:30 aproximadamente, calcula Alfonso; él era el encargado de revisar el stock de urgencias, generalmente siempre lo revisaba a las cinco de la tarde, pero esta vez lo hizo más temprano. Cuando se desplazó hacia el stock, llevó los elementos que debía arreglar: solución salina, yelcos, diclofenaco. A las 5:15 de la tarde Alfonso vio que todo estaba normal, no había ningún inconveniente, el hospital estaba con la poca gente que va quedando a esa hora y él ya había cumplido con su labor.

Después de hacer su trabajo Alfonso decidió irse para su casa, eran ya las 5:25. Cuando estaba llegando a la puerta, escuchó unos disparos y unas explosiones muy fuertes; inmediatamente la gente de seguridad les impidió la salida y les recomendó que se resguardaran. Como adentro estaban en consulta, había alrededor de treinta y cinco personas entre empleados y pacientes.
Las explosiones duraron unos quince o veinte minutos continuos y en ese momento, en las primeras explosiones, Alfonso tomó la decisión de volver a urgencias a llevar más elementos, tal vez él en su interior presentía que había muchos heridos. Esta vez dejó cinco cajas de solución salina, prefirió dejar todo organizado.

Mientras el tiempo pasaba, la gente del hospital se ubicaba en algunas de las habitaciones. En urgencias quedó el personal necesario pero también estaba resguardado. El tiroteo era bastante fuerte, ya eran las 7:30 de la noche.

Alfonso cuenta que a esa hora escucharon que golpeaban la puerta, ellos tenían que abrir porque no se sabía si podía haber heridos. “Abrimos la puerta y como lo presentíamos era ese grupo armado al margen de la ley que iba por medicamentos, por insumos. Entraron, pero cabe aclarar que en ningún momento fueron groseros, en ningún momento forzaron puertas, en ningún momento maltrataron al personal, fueron con mucha educación y entonces el portero los hizo seguir”.

Para sorpresa suya, después de saludar, lo primero que preguntaron fue por la persona que estaba encargada de la droguería. El portero llamó a Alfonso y les dijo que él era. Ellos ingresaron por la puerta de urgencias, preguntaron por los materiales que tenía en la droguería. Alfonso lo primero que les mostró fue el stock pequeño que horas atrás había organizado.

“Cuando ellos miran el stock, recuerdo que me preguntaron: ¿Pero esto es lo único que tiene el hospital? Yo dudé un momento, porque estaba pensando qué decirles. Entonces les dije: sí, eso es lo que tenemos acá. No les aclaré nada, ellos tomaron la decisión de llevársela como si fuera la única sin saber que había otra. Ahí recogieron unas cosas y se llevaron otras, se llevaron también algún material médico quirúrgico, es decir se llevaron pinzas, se llevaron gasas, todo lo que se utiliza para sutura”.

Parecía que la guerrilla no tenía afán, la gente que estaba allí quería que se fueran rápido, pero no, todavía no se iban a ir.

––¿Dónde hay otro stock? ––le preguntaron a Alfonso. Al parecer, no era suficiente lo que habían encontrado.

Alfonso recordó que había otro stock pequeño en la sala de partos, les dijo que fueran allá. Cuando llegaron vieron que había mucha oxitocina que es una ampolla que se utiliza mucho para el sangrado. Alfonso dejaba en promedio semanal veinte ampollas, todas se las llevaron y no conformes con eso, decidieron hacer un recorrido por el hospital. Alfonso rogaba que no fueran a encontrar la droguería, aunque, claro, era muy difícil.

Empezaron a hacer un recorrido por la parte administrativa, yo había dejado el bombillo apagado, pero fue inútil porque hay un vidrio bastante grande que es imposible ocultar. Inmediatamente vieron los medicamentos, ahí fue cuando barrieron con todo, se llevaron gran cantidad de material, se llevaron bastante medicamento, yo calculo que fueron aproximadamente catorce cajas de medicamento: había de todo, no sólo medicamento, también había material de aseo personal, todo eso desapareció de la droguería. Más o menos el estimativo que se llevaron en ese tiempo fue de treinta y cinco millones de pesos.

Ya qué se podía hacer. Alfonso trató de ocultar la droguería pero no pudo, era casi imposible, pero claro, él pensaba también en la gente de su municipio. Si se llevaron todo el medicamento ¿qué se les iba a suministrar a los enfermos del pueblo?

Eran las 10 de la noche, la guerrilla había organizado todos los medicamentos en cajas, eran muchas. Los pocos empleados que estaban en la puerta, pensaron que en el hospital ya todo había pasado, sólo esperaban que se fueran para poder cerrar y sentirse más tranquilos.

No todo fue tan fácil. La guerrilla necesitaba transportar los medicamentos, y la solución más fácil fue hacerlo en la ambulancia. Abrieron el garaje y solicitaron un conductor. La gente que estaba allí no pudo decir nada, ellos tenían el poder. El miedo ante la muerte hizo que todos obedecieran. Ellos no los amenazaron, al parecer les hablaron de buena manera y, claro, los empleados tuvieron que aceptar. Implícitamente se sabe que las armas que llevan sobre su cuerpo son también el poder de la intimidación y miedo, así no hagan uso de ellas.

––El conductor no alcanzó a llegar ––dijo el portero.

––Entonces necesitamos a alguien que sepa hacerlo –– contestaron ellos.

Había un administrativo que sabía manejar, ya lo había hecho en la ambulancia, y decidieron designarlo a él. La guerrilla les dijo a los empleados que subieran las cajas con los medicamentos a la ambulancia.

En ese momento llegó un helicóptero y empezó a dar vueltas sobre el hospital y nosotros nos alarmamos. Un guerrillero preguntó al chofer que si él conocia la ruta. Nunca mencionaron cuál ruta. Él les dijo que no. Algo pasó en el parque porque por comunicación tomaron la decisión de montarse rápido y yo como estaba pegado a la puerta me montaron en el centro de la ambulancia: el comandante al lado derecho, el conductor al lado izquierdo y yo en el centro. Luego procedieron a salir hacia el barrio Boyacá y en determinada parte pararon y levantaron a una guerrillera herida y antes de partir hacia el resguardo de Quizgó.

El helicóptero lo vio todo, no estaba tan alto. La incertidumbre cada vez era mayor, ellos pensaban que el helicóptero iba a disparar. La ambulancia estaba subiendo el camino, era una loma, el camino con pavimento se acabó; era carretera destapada, el helicóptero lo vio todo.

La ambulancia paró y cargaron más material, todo estaba controlado, ellos sabían cómo moverse. Luego siguieron con el recorrido, llegaron a una zona y le dijeron a Alfonso que se bajara, él ya no los iba a acompañar más. Siguieron solamente con el conductor. ¿Para qué se lo llevaron entonces?
Alfonso no pudo bajar, él sabía que si bajaba el camino a esa hora podía ser peligroso, no había casas cerca y no tenía opción. Le tocó quedarse en una alcantarilla, eso fue lo primero y lo único que alcanzó a ver, fue aparentemente un resguardo seguro, él se metió allí y quedó a la espera.

Tenía una linterna en sus manos, se la había dado el portero, pero Alfonso no se atrevía a encenderla, si lo hacía podía ser visto y no quería eso. Hacía mucho frío, pero a Alfonso parecía no importarle, el miedo y la adrenalina del momento se lo hacían olvidar; él pensaba en su compañero que se llevaron. Así pasaron las horas, siempre escuchando tiros. La balacera se calmó como a las 5:30 de la mañana. Alfonso decidió esperar a que amaneciera para poder salir.

No pasó nada, la carretera estaba tranquila. Él bajó caminando, se encontró la guerrilla en el camino y lo saludaron. Alfonso les respondió más de cuarenta veces.

––Llegué al hospital más o menos a las 6:40 de la mañana. Los compañeros estaban muy preocupados, salieron a encontrarme y me preguntaron de una vez qué dónde estaba el otro compañero, yo pensé que él ya había llegado. Y resulta que no había llegado, entonces empezó la zozobra, a preguntar ¿para dónde se fue?, ¿qué hicieron con él?

La ambulancia había quedado frente al hospital en la loma de las Tres Cruces, es decir la ambulancia se podía ver y aparentemente estaba abandonada allí porque estuvo todo el tiempo quieta. La duda que quedaba en el hospital era saber qué había pasado con el funcionario que se había llevado la guerrilla.

Él apareció como a las 11:30 de la mañana, bastante asustado, sin pronunciar palabra. Ellos decidieron no preguntarle, su actitud era extraña. Su tema se olvidó por el momento.
 Llegó al hospital el Secretario Departamental de Salud del Cauca, el comandante de policía y el Gobernador del Cauca para hacer una inspección de lo que había pasado en el puesto de policía y en el hospital.

Alfonso no quiso tocar nada ni dejó que los demás lo hicieran, él quería que vieran tal como habían dejado el lugar los guerrilleros. Efectivamente así sucedió y de esa manera hicieron la evaluación de las pérdidas.

Él quería ir para su casa, quería rápido saber cómo estaban. Su día había sido bastante difícil, pero no todo acababa allí.

Una mujer, María, había llegado al hospital desmayada, pero se despertó rápido. Cuando lo hizo ya estaba medicada y tenía canalizadas las venas. Allí, al hospital, llegó quien se presume era su esposo. Ella se descontroló al saber que lo habían llevado al centro médico y quería verlo. Le dijeron de nuevo que estaba muerto pero ella lo quería ver. Entonces, le dijeron que estaba en un costal. María estaba destrozada y dijo de nuevo que lo quería ver.

––Imagínese el golpe tan duro que le dio a esta señora cuando vio a su esposo en pedazos, totalmente descuartizado. Es muy duro porque llega desesperada a ver a su esposo, yo me imagino que ella pensaba verlo fallecido porque ya le habían dicho, pero no creo que pensó encontrarlo desmembrado como lo encontró. Entró y el desmayo fue inmediato cuando vio que su esposo no estaba en una mesa sino que lo habían guardado por partes en un costal.

Pobre mujer, tenía muy poco tiempo de embarazo. La tristeza y la indignación en el hospital era evidente. María iba a quedar sola y su hijo nunca iba a conocer a su papá. Afortunadamente su embarazo transcurrió de una manera normal y ella pudo tener a su hijo aunque tuvo que abandonar el pueblo por algún tiempo.

martes, 28 de abril de 2020

ENTRE ÁNGELES

Un día, en el pueblo, habían organizado un festival de esos de música bailable. Yo estaba validando el bachillerato y para ese entonces tenía que vender una rifa de un pollo, como parte de las actividades. Me daba mucha pereza salir sola a ofrecer los puestos de la rifa, así que decidí irme con una amiga que también estaba vendiendo su rifa.

A ella se le ocurrió que podíamos ir a la estación de policía porque según ella allí nos podían colaborar comprándonos los puestos. Ella fue muy de buenas porque no se demoró nada vendiéndolos, casi todos los policías le colaboraron, pero a mí no, ella ya casi terminaba y yo ni siquiera había vendido el primer puesto. En esas, uno de los policías me señaló a uno de sus compañeros que estaba sentado en la banca que daba hacia la calle y me dijo que le fuera a ofrecer a él los puestos porque era posible que me los comprara.

Yo le dije: “¡no, ese señor tiene como cara de bravo, está todo serio allá y me da como miedo!” Pero él me dijo que parecía boba y que fuera a ofrecerle la rifa. Efectivamente así lo hice y fui tan de buenas que él me compró todos los puestos y me dejó el cambio del billete. Cuando ya lo vi de cerca me di cuenta que era muy atractivo y sentí que hubo química entre los dos porque con la mirada nos dijimos todo, yo sé que yo le gusté a él y por supuesto él me gustó a mí.

Por la noche ese mismo día, sonó el teléfono de mi casa y era él, no sé cómo hizo para conseguirlo, pero me gustó mucho escucharlo, me dijo que quería verme y que si podía subir hasta la estación porque quería hablar conmigo. Yo le dije que sí y desde ese momento comenzó nuestra relación.

Hasta el segundo mes todo pasó como una relación normal, éramos novios y vivíamos muy contentos; luego de ese tiempo me propuso ir a vivir con él y yo acepté. Nos fuimos a vivir juntos, y así de rápido quedé en embarazo de un niño, para él su primer y único hijo. Por supuesto estábamos muy contentos y la relación estaba muy bien formada.

Un vaso de café

Ya era hora de ir a trabajar, pero el ambiente ese día estaba un poco pesado, él me dijo que no quería, que tenía pereza, yo le dije: “si no quiere, no vaya, mejor así porque se está más tiempo conmigo”. Él recordó que ese día había muy poco personal y que tenía que hacer su turno porque era su responsabilidad.

Antes de salir vimos el noticiero y recuerdo mucho que estaban pasando una noticia sobre una toma guerrillera en otro municipio. La noticia era que en esa toma habían matado a un policía y le habían cortado la cabeza. Él inmediatamente se echó la bendición y recuerdo, como si hubiera sido ayer, que dijo: “¡Dios mío, líbrame de morir así!”.

A las cinco de la tarde se despidió y salió a prestar su turno. Yo subí con mi mamá a la casa y pasé por la estación como quince minutos después, mi mamá me dijo que le lleváramos café. Llegamos a la casa y alistamos el café, no salimos rápido porque mi mamá estaba buscando una plata para comprar maíz y casualmente se demoró como media hora porque no la encontraba.

Cuando por fin íbamos a salir, llegamos a la puerta de la casa y vimos mucha gente uniformada. Inmediatamente pensamos que era tropa, luego sonó como una bomba y nos entramos mientras pasaba porque no sabíamos qué era. Después siguieron disparando y tirando morteros y todo eso, y en ese momento fue cuando pensé que definitivamente no era el ejército lo que habíamos visto. Yo salí de nuevo y una señora me dijo que me entrara porque me podían matar, pero yo no le paré bolas ni nada sino que salí como una loca a la puerta.

Afortunadamente llegó mi hermana y me cogió por detrás sin que me diera cuenta y me entró, porque si no hubiera sido así hasta me hubieran matado. Yo tuve esa reacción de salir corriendo porque quería verlo a él, porque él era el que estaba en la puerta, y yo sentía como la necesidad de decirle y buscarlo porque él era el que los iba a recibir.

La casa en la que estábamos, que era donde yo trabajaba, quedaba muy cerca de la casa de mi mamá. Allí estuve como hasta las doce de la noche encerrada, escuchando los tiros y las bombas. Afortunadamente no estaba sola. Mi papá, que estaba en la casa, decidió que nos pasáramos por la parte de atrás porque donde yo estaba era muy peligroso y era mejor estar en nuestra casa. Me tocó muy duro, imagínese, ya tenía como cinco meses de embarazo y me tocaba saltar los techos y pasarme por unas escaleras para llegar a la casa. Del susto en ese momento yo no sentía nada y nos pasamos rápido, no se veía casi nada, pero mi papá era el que nos guiaba.

A la una de la mañana los guerrilleros fueron a la casa donde yo había estado, pero ahí no se quedó nadie, balearon la puerta y gritaban que sacara a mi esposo porque según ellos yo lo tenía ahí escondido. Eran tres guerrilleros porque una enfermera los vio, y dizque ella decía: “Pobrecita, a esa muchacha la van a matar”. Pero en ese momento precisamente llegó el avión fantasma y, yo no sé, cosas de mi Dios, alumbró. Eso quedó como de día.

A mí me llamaban por el nombre, dice doña Fanny. Yo no sé si será verdad porque yo estaba al fondo. Y dizque preguntaba la otra guerrillera “¿Cómo es que se llama esa china?” Se hablaban por ese radio, y decía: “No, ella se llama María, vuele esa casa porque ahí debe tener a ese no sé qué, bueno, la palabra la decían, y me llamaban por mi nombre”.––María, abra por las buenas que no le vamos a hacer nada a usted.

Eso era horrible porque yo escuchaba y temblaba mucho, decían que lo sacara de allí, porque ellos seguramente no sabían que él estaba en la estación. Por supuesto yo nunca abrí.
Según cuentan, en ese tiempo la estrategia de ellos era no dejar vivos ni a la mujer ni a los hijos ni nada, era acabar con todo el núcleo de la familia, pero gracias a Dios ese día no pudieron hacer nada. Como nadie les abrió decidieron volar la tapia de atrás de la casa, no encontraron a nadie y se metieron al solar de la casa de al lado que estaba vacía porque los dueños estaban de viaje. Ahí se quedaron casi toda la noche y se comieron todo lo que ahí había.

El momento menos esperado

Yo en lo único que pensaba en toda la noche era en él, no sabía cómo estaba y me preocupaba mucho porque sólo había tres policías en la estación. Los otros policías estaban por allá por la fiscalía llevando unos presos que, inclusive, aprovecharon el momento y se volaron.
Un policía amigo, que sobrevivió a la toma, me contó que mi esposo no se pudo escapar porque esa era la idea ya que eran muy pocos y no quedaba munición, además había muchos guerrilleros para tan pocos policías. El otro policía me dijo que a mi esposo por ser tan grandote no lo pudo ayudar cuando quería pasar por el balcón: tenía la mano muy sudada y se resbaló cayendo otra vez al comando, entonces como se dio cuenta de que era difícil le dijo que se fuera sin él porque no había mucho tiempo.

El otro policía no se fue y decidió meterse a los túneles porque él si cabía por ahí. Eso también fue muy difícil, porque por ahí los guerrilleros les echaban gasolina en sábanas hasta el fondo pensando que había muchos más policías, pero no, sólo estaba él y por cosas de la vida fue  el único que se salvó y fue porque encontró un tubo para respirar porque si no se hubiera asfixiado.
Al primero lo mató un rocket que explotó en frente de la garita y la pared cayó sobre él; eso lo descuartizó y quedó esparcido en uno de los árboles del frente de la estación. Según cuentan, esa gente, los ‘guerrillos’, decían: “Ese man (mi esposo) está bueno como para llevárnoslo porque no hemos podido quebrarlo”.

A él se le acabó la munición y ahí fue donde pudieron entrar a la estación. Una guerrillera lo sacó vivo, porque aunque él se alcanzó a esconder, ella lo vio, lo sacó y lo desnudó. Ya afuera le pusieron una pipa de esas grandotas y lo amarraron, caminó un poco hacia Belén y lo explotaron vivo.
Eso es muy duro, y más aún cuando a uno le cuentan, porque los que se quedaron al frente de la policía decían que él metió un alarido horrible y que decía que por favor no lo mataran, que mejor se lo llevaran que él tenía la mamá, que él iba a ser papá, bueno él nombraba toda la familia. Pero los malparidos esos le decían que ni la mamá ni la mujer lo iban a reconocer después de cómo lo iban a dejar.

viernes, 24 de abril de 2020

EL VIAJE

El silencio de la habitación, el mismo de aquel día, le hizo recordar que su padre se había ido alguna vez al monte. Ese día había llegado a la droguería el alcalde encargado con un papelito que decía “Entregar computadores”. Él, Alfredo, ya no era el presidente de la junta pero conocía al que era. Cuando llamaron al que era decidieron ir por ellos. Entonces Alfredo, su padre, le contó lo que estaba pasando.
En el granero de la esquina compró pan, dulces y cigarrillos.
A las ocho de la noche quedaron de pasar por él. Reyes y él se subieron a la volqueta municipal con el chofer de los lentes de culo de botella y el alcalde se fue guiándolos en una moto. Cuando cogieron carretera las luces del pueblo desaparecieron y sólo las estrellas y la luna alumbraban el camino. El hombre de la moto se devolvió, paró y recogió a
la mujer, Esmeralda se llamaba.
A ella la subieron en la volqueta como garantía para que el hombre no se fuera a volar. Él les entregó el papelito y dijo que debían pasarlo cuando llegaran al lugar donde estaban los computadores. Esos computadores los había comprado el colegio Ezequiel Hurtado, la junta de padres de familia y los estudiantes a punta de rifas, empanadas y bingos.

En mitad de la nada y después de haber viajado por muchas horas leyeron un letrero que decía “La Palma”. Más adelante había una escuela, se supone que allí debían llegar, ellos pitaban y pitaban para que no les fueran a disparar, o cualquier cosa que pudiera pasar. No salió nadie. Más adelante salieron dos de ellos. Cuando el camión paró les dijeron que no hicieran bulla, que dejaran de pitar y que se devolvieran a la escuela.

Cuando llegaron a la escuela, Jhony los recibió.
––¿A qué vienen? ––preguntó.
––Nos mandaron a llamar, venimos por los computadores del Ezequiel ––respondió Alfredo.
––Hay que esperar a que venga mi comandante–– dijo Jhony.
Cuando Alfredo miró hacia lo más oscuro de la escuela comprendió que había dos personas de civil que habían estado parados ahí desde que pasó la primera vez. Después, desde una montaña, empezaron a bajar muchos hombres más.
En medio de las conversaciones Jhony les contó que Silvia la debía, que Silvia la tenía que pagar, porque a la guerrilla nadie le quedaba debiendo, porque en las cuatro tomas anteriores a la de 1999 les habían matado a mucha gente,
que el pueblo era un lugar difícil estratégicamente, entonces por esa razón habían decidido traer gente de otras partes, más o menos unas tres mil personas.
Entre charla y charla el hombre grandote, el que vigilaba en silencio, lo llamó.
––Hermano, de pronto tiene un billetico, es que ando sin plata ––dijo.
––Claro, mano, aquí tengo cinco mil pesitos pero también traje cigarrillos ––respondió Alfredo.
––Gracias, mano, y no vaya a decirles a ellos que le pedí ––dijo él.
Alfredo y Reyes repartieron el pan, los dulces y los cigarrillos; mientras tanto Alfredo se fumaba uno con ellos y en seguida por el radioteléfono avisaron que ya llegaba el comandante.
Jhony era un opita bajo de estatura. Con la cara en oscuras por la luna de las cuatro de la madrugada el comandante había llegado. Los condujo por un sendero para que charlaran. Hablaron del Che, de Mao, un chistecito que otro.
––Verdad hermano, yo, yo admiro al Che Guevara, yo me leí los tomos de la revolución de Mao, me parece que es una cosa buena hacer una revolución por el pueblo, pero hermano, de allá, de la teoría a la práctica, es muy berraco. Para darle un ejemplo, me dicen a mí que se llevaron los computadores del colegio Ezequiel Hurtado, unos computadores que los hicimos a punta de empanadas, primero compramos uno, después tres, después seis; después rifas entre los padres de familia, un bingo. Lo que están es peleando con el pueblo, entonces, ¿contra quién es
que están peleando estos huevones? ––se le salió a Alfredo.
––¿Cómo fue que dijiste? ––dijo el comandante.
––Que ¿estos huevones contra quién es que están peleando?––repitió Alfredo.
––Cagada ¿no? La puta madre que eso es cagada ––rió el comandante.
––¿Cagada qué? ––respondió Alfredo ––¿lo que dije o qué?
––Los computadores, es que me habían dicho estos maricas que de ahí salían boletines de las autodefensas.
––No, pues más cagada todavía son los boletines de
los estudiantes. ¿Y sabe para qué compramos estos
computadores, comandante? Para que un hijo mío, un hijo del vecino, cuando vaya a la ciudad no le pasen un trapito y vea “limpie esos computadores”. No, sino para que él se siente y lo maneje ––dijo Alfredo.
––Es que esa es, compañero, es que esa es.
––Entonces pues nos vamos a llevar los computadores ––dijo Alfredo.
El comandante después de unos 30 minutos de charla
decidió que ya era hora de que se fueran y les advirtió que nunca contaran lo que habían visto y que ellos nunca habían ido por los computadores y que él nunca había hablado con ellos.
Alfredo y Reyes preguntaron que quién les iba ayudar a subir los computadores y les contestó que ellos mismos los tenían que subir y que ahí estaban los once computadores.
Alfredo le refutó y le dijo que eran doce. El computador de la secretaria también lo habían cogido. El comandante volvió
a insistir que eran once, así que él se quedó callado y lo aceptó. Pero en un impulso, Alfredo le pidió al comandante que le regalara un computador para el Ezequiel. Reyes le pegó un codazo y allí quedó la conversación.
Cuando iban de vuelta al pueblo, Alfredo lo único que
hacía era orar, porque a fin de cuentas habían estado en la boca del lobo y habían salido con vida. Cuando llegaron al pueblo les advirtieron al alcalde y a su esposa que no fueran a decir que ellos habían ido por los computadores, que no fueran a hablar. Al chofer de los lentes ‘de culo de botella’ le dijeron lo mismo, ellos jamás habían hecho ese viaje, el chofer tenía que dejar la volqueta en los garajes municipales y ¡listo!
Alfredo y Reyes se bajaron en Boyacá, en la casa de Reyes.
Frente a un Cristo que tenía se arrodillaron a orar. Reyes le ofreció aguardiente a Alfredo, se tomaron un sólo trago. A ninguno de los dos les gustó, tenían la adrenalina tan alta que no necesitaban de más.
Cuando Alfredo llegó a su casa, la mujer lo estaba esperando.
Le preguntó dónde había estado, si se había ido para el monte o qué había pasado. Alfredo le respondió que había estado en una reunión, que luego le contaba.
En esas salió él, su hijo, al que le había encargado la familia por si no regresaba, al único que le había contado para donde iba y al único que le había confiado la misión de no hablar mientras él no estuviera. Es poco afectivo, pero cuando vio a su padre de regreso, su cara se puso colorada y las lágrimas inundaron su rostro.


Tomado del libro
Entraron a la Casa
Escrito por:
Natalia Morales y Julián Gómez

jueves, 23 de abril de 2020

SIN DIOS Y SIN LEY




Quedamos sin ley aquí, ya ellos eran los dueños y
señores. Nosotros no sabíamos de quién se trataba
aunque teníamos sospechas, porque acá en el pueblo la gente se conoce. Ellos bajaban de civil y por la noche creían controlar las reglas del municipio. No dejaban trasnochar a la gente y el pueblo después de las seis de la tarde parecía un pueblo fantasma.
Una vez yo venía de allá del barrio Boyacá, venía toda en jean y, como siempre, rezando el santo rosario. En ese tiempo casi no había carros finos en Silvia y la gente tampoco los utilizaba porque era peligroso. Aun así, ya reconocíamos algunos trooper que hacían parte de la guerrilla.
Cuando yo venía por la iglesia los escuché, me adelantaban una cuadra, paraban y esperaban a que yo siguiera, como tratando de identificarme. Así lo hicieron hasta que llegué a mi casa, aproximadamente a quince minutos de recorrido.
Como el trooper ese iba despacio detrás de mí, yo decía en silencio: “Dios mío, cúbreme con tu santísima sangre”.
Es muy difícil y traumático sentirse perseguido. ¿Acaso la vida no vale nada?
Iba por el colegio Perpetuo Socorro, bajaron el vidrio y entonces un negro me volteó a ver, me analizó bastante, pero al final como que se dio cuenta que no era a mí a quien buscaba. Yo no sé por qué me confundían, y no era la primera vez ni solamente ellos, también la policía.
Siempre me ha gustado usar botas brama y yo soy bastante grande, tal vez por eso.
Ese día me iba para Popayán pero necesitaba sacar unas fotocopias, entonces le dije al conductor que me recogiera allí. Cuando salí la policía estaba en el parque y ellos eran todos de otra parte porque estaban recién llegados, ellos me vieron con asombro pero no dijeron nada. Llegamos a Piendamó y la policía de allá nos paró.
Era una requisa, me pidieron papeles, me abrieron el
bolso y me hicieron unas cuantas preguntas. Lo curioso de la situación fue que a la única que requisaron fue a mí.
Después en el viaje me cogieron de recocha diciéndome que en qué pasos andaba.


Tomado del libro
Entraron a la Casa
Escrito por:
Natalia Morales y Julián Gómez

martes, 21 de abril de 2020

A MI SILVIA NO ME LA TOCAN

Soy Henry Morales, tengo cincuenta y dos años, soy
comerciante, vivo en Silvia en el barrio El Centro y mi
vida es trabajar en una droguería y pintar.

Silvia fue un pueblo excelentemente turístico, de mucha tranquilidad, su atracción no era la infraestructura hotelera, ni tampoco los sitios artificiales, sino su propia naturaleza, su misma geografía, su ambiente y su propio paisaje. Eso atraía a mucha gente, les ofrecía una maravilla natural prácticamente intocable y ese era uno de los atractivos más importantes porque el lugar expresaba mucha paz y mucha belleza.

Las comunidades indígenas que aún conservan sus
costumbres, sus atuendos y sus lenguas, hacen que
sea otro atractivo para las gentes y sobre todo si son de otros continentes. Silvia se caracterizó por ser un pueblo cosmopolita, llamémoslo así, empezando por las migraciones judías que inicialmente se tuvieron, más o menos de los años sesenta a los setenta, donde casi un 90% de los visitantes eran de origen israelí o de origen palestino.

Aunque venían de una zona de conflicto en el Medio
Oriente, aquí confluían y se unían los dos pueblos y se vivía en una paz muy agradable. Yo particularmente viví esa época como niño y como adolescente también porque yo fui tutor y les ayudaba a los hijos de ellos a repasar sus tareas en lo que respecta a las áreas de matemáticas, biología e inglés.

Luego viene en el año sesenta y ocho un Woodstock
pequeñito, aquí en Silvia, donde se hizo un concierto de todos los hippies de Colombia, incluso de Suramérica. Aquí hubo un epicentro de mucha paz, mucha marihuana y mucha música, pero el mensaje era la paz, el mensaje era el amor, era una época de gloria. Como niño me parecía que esto era muy lindo, muy agradable y las personas que venían me parecían muy especiales, muy espirituales, muy llenas de amor y desinhibidas de cosas materiales.

Posteriormente el pueblo se fue dando a conocer a través de unos folletos que tenían los americanos y todas las personas que salían de la guerra de Vietnam, que en ese entonces eran como los lisiados psicológicos que habían venido de semejante guerra tan cruel. Aquí venían a hacer terapia y venían  orientados por una guía en la que se decía que Silvia
era un ‘polo de descanso’, en esa guía figuraba un famoso restaurante del pueblo que se llama La Parrilla.

Yo tuve mucho que hacer allí, porque dentro del poco
inglés que hablaba, me buscaban para que fuese el guía y también para que saliera en correrías con ellos. Me gustaban sus locuras, el hipismo y la vaina. Salíamos y era definitivamente muy, muy agradable este pueblo, definitivamente un ambiente muy rico. Para los colombianos, sobre todo para los vallecaucanos, este era el paraíso, aquí era como la sexta pequeñita, se veía todo tipo de carros y moda, porque aquí no había violencia, aquí no 
había inseguridad y todos compartíamos con todos y 
eso era una mezcla muy buena, muy armoniosa.

El turista traía dinero y venía a buscar su diversión y
también venía a buscar su descanso espiritual y emocional; y el original, el habitante silviano, el indígena, también se beneficiaba de eso. Los niños, por ejemplo, en sus vacaciones llevaban las riendas del caballo que habían alquilado a los turistas. No había miedo a secuestros, a extorsiones o a que hubiese robo o vandalismo.

Desde allí empezaba la industria, desde la casa. El niño que salía a vacaciones, salía a voltear, se ganaba sus pesos, llevando de la brida del caballo al hijo del turista o inclusive siendo guía dentro del mismo pueblo a otros turistas. No era una profesión definida ni había guías turísticos sino que era un brote espontáneo de la misma tranquilidad y de la
misma afluencia pública, del público hacia Silvia.

El conflicto se oía muy lejano, se oía hablar de la violencia casi que a través de los abuelos; primero de la violencia de los años cuarenta y cincuenta, esa violencia de los partidos de los godos y de los liberales; posteriormente se oía hablar mucho del ELN, de sangre negra, de los hermanos, que eran
muy sanguinarios, pero era más miedoso hablar del ELN que de las FARC.

Se oía mucho hablar de Tirofijo, incluso de que se la pasaba en Inzá, Belalcázar y río Chiquito en el Huila. Se decía que él era como el Robín Hood de la época, pero en este caso de los campesinos, no tenía esa connotación violenta sino que era como si fuera el más berraco de todos nosotros, es decir el que se arriesgó a coger las armas para no dejarse joder ni dejarse quitar las tierras, concepto con el que uno
en ese entonces comulgaba.

Yo fui uno de los de izquierda pura, ese concepto nos
parecía bien, era un movimiento ideológico, uno oía hablar de la chusma, de los chusmeros, de los bandoleros. Y el cuento era que por aquí pasaron y pasaron a caballo, pero uno se imaginaba a un chusmero todo zarrapastroso, violento, borracho, no con ideas.

Ser de izquierda en ese entonces era ser ANAPO y gustarle mucho Gustavo Rojas Pinilla. Rojas Pinilla era el Ché Guevara de Colombia porque los abuelos sentían que ellos habían sido Anapistas, hasta cuando el fraude ese de las elecciones que le roban. Cuando lo van a elegir de nuevo, ya sale el M-19 y empieza a hacer cambios políticos. El ejército para uno era miedoso porque los soldados eran los que tenían
las armas y eran igual de brutos, igual de violentos que los que decían eran de izquierda y la policía se mostraba terrible porque era como los chulavitas de antes.

Había una represión muy tenaz, represión brutal, de bolillo y de bala, no había una contraposición ideológica ni nada de esas cosas. Si sos de la izquierda te perdés, te desaparecés o te matamos y se acabó el cuento, eso era como querer aplastar las cucarachas sin razón alguna.

Antes y en esa época que está compaginada con la belleza que les estoy contando de lo que era Silvia, se llevaba en el país y en Suramérica la revolución de ese tipo, o sea ideológica. En literatura, por ejemplo, se oía hablar de un autor que lo consideraban muy tenaz y era Vargas Vila. A uno lo invitaban a que leyera sus libros porque la iglesia lo había censurado y a uno le tocaba leerlos por debajo de cuerda.

La violencia doméstica aquí no tocaba, se pensaba que Silvia era intocable, Silvia era como la joya de la corona para todos, parecía que la izquierda, los guerrilleros, habían hecho un pactito de que Silvia no se tocaba y en el fondo se sabía que Silvia pertenecía al M-19. Primero había pertenecido al ELN y el ELN se desplazó y Carlos Pizarro Leongómez había dicho que a Silvia no la tocan. Él se sentaba allá arriba, en una loma de esas de arriba y decía: “que pueblo tan hermoso, a mi a Silvia no me la tocan”.

Uno se imaginaba que un tiro era como sonaba en las
películas, los únicos tiros que uno oía eran los de las
películas, yo nunca había oído un tiro jamás, pero ahora desde niños los silvianos ya saben qué es una bala, qué es una bomba y aprenden a identificar los sonidos. Desde allí empieza el cambio de la realidad, el sonido, porque el sonido imprime miedo, imprime desazón, imprime una angustia tenaz, empieza a resquebrajarse todo lo que hay en Silvia, absolutamente todo.

La primera vez que sonó un tiro, uno no sabía ni qué hacer, ni cómo defenderse, uno se imaginaba que el techo se iba a abrir y que eso no lo iba a proteger a uno. Lo primero que nosotros hicimos fue meternos debajo de una alfombra con nuestros hijos, allí donde nos cogió, no cerramos puertas ni nadie cerró nada.

La gente empieza a correr despavorida y muchos, por
paradoja o por desconocimiento del tema, prefieren antes de ir a sus casas, correr hacia la estación de policía.

Eso era lo más increíble, la conducta se vuelve errática, impresionante, los policías disparándole a lo que se mueva y allá sonando unos tiros. El miedo más atroz, ¿quién será que está disparando? Uno se imaginaba a unos tipos barbudos que iban a venir a romper las puertas y a llevarse a las mujeres y a violarlas como en las películas, cortarles la cabeza a los niños y a uno también llevárselo con ellos.

Eso la primera vez, porque ahora uno no piensa, en ese momento uno se orina, no tiene palabras, los labios y la boca se resecan y el sentido de conservación es el que prima; porque uno busca un lugar donde no le caiga una piedra, donde no le caiga una bala, se siente más miedo que cuando tiembla la tierra y con eso le digo todo. Cuando pasa la primera vez uno no sabe ni qué hacer, la segunda uno ya va como asimilando, la tercera toma y la cuarta se
pueden identificar mejor, y ya la última uno ya no le da miedo sino una piedra la berraca.

De un tapete de paz, de un tapete de convivencia, de un tapete polifacético, de un tapete cosmopolita, ya no quedaba nada; se quebró totalmente todo eso y se volvió añicos, se fue todo para la mierda, llamémoslo así. 

Después de esas bombas y después de todo eso, hubo un fraccionamiento social, político, religioso, psicológico, espiritual. A Silvia la desbarataron ciento por ciento y la volvieron nada.




Tomado del libro
Entraron a la Casa
Escrito por
Natalia Morales
Julián Gómez