miércoles, 6 de mayo de 2020

EN LA OSCURIDAD

Tenerle miedo a la oscuridad a los trece años es algo que
parece normal. Generalmente ese miedo se relaciona
con situaciones paranormales y viene desde que somos muy
pequeños. La situación cambia un poco si en esa oscuridad
sientes que la guerrilla camina sobre el techo de tu casa,
mientras escuchas bombas y tiros. En ese instante, el miedo
toma un rumbo diferente y puede pasar que, así como para
Diana, lo último en lo que se piensa es en el miedo a la
oscuridad y empieza a surgir el miedo a la muerte.
Eran las 11 de la noche y en ese momento los disparos
habían cesado un poco. Diana y su abuela estaban en la
habitación y con ellas estaba también un policía que vivía
en la casa de al lado. Él, al escuchar la aparente calma, les
dijo a Diana y a su abuela que ya todo había terminado, que
por favor le prestaran una linterna para pasar a la otra casa
y poder ver a su familia. La abuela de Diana le dijo que no
se la prestaba porque era la única que tenían y no se podían
quedar a oscuras, pero sugirió que lo acompañaba hasta la
última habitación de la casa para que se pudiera pasar.
La casa estaba totalmente a oscuras y lo único que alumbraba
el lugar era la luz tenue de la linterna que se desplazaba
al ritmo de los pasos lentos de Diana y el policía. Ellos
no hablaban mucho y Diana sólo quería llegar rápido para
poder devolverse y estar con su abuela. Cuando llegaron a la
habitación, el policía convenció a Diana de que le prestara
la linterna mientras se subía por el hueco que estaba en el
techo de la habitación.
Diana se quedó esperando la linterna, no se podía mover
porque estaba muy oscuro, sólo sentía que el policía
caminaba por en medio del techo. En esa oscuridad, se
daba cuenta que sus sentidos se agudizaban, sobre todo el
oído, y fue en ese momento cuando se dio cuenta también
que sobre el techo caminaba más gente porque escuchaba
cuando se quebraban las tejas.
––Yo me quedé ahí quieta, a mí se me olvidó ese miedo
a la oscuridad que uno generalmente tiene porque estaba
concentrada sobre todo en el miedo de que de pronto me
fuera a pasar algo o que alguien más bajara y no fuera él.
Ella siguió esperando y como a los cinco minutos escuchó
que ya regresaba, sintió de nuevo los pasos del policía por
en medio del techo, se calmó un poco y continuó su espera.
El policía les había dicho que ya todo había pasado,
situación que tranquilizó un poco a Diana, pero no era
una tranquilidad total, el ambiente era de zozobra, y se
sentía una calma tensa. Cuando vio al policía, él le dijo
que le ayudara a bajar a sus hijas, porque para su sorpresa
el policía se había pasado de casa pero era para traer a
su familia, porque en el fondo él sabía que la guerrilla lo
estaba buscando. Cuando bajó del techo, venía con una
niña de seis meses, otra de ocho años y su esposa. Diana se
sorprendió mucho, los ayudó a bajar y se fueron de nuevo
a la habitación donde la esperaba su abuela.
Entraron a la habitación y cerraron la puerta, inmediatamente
después empezó de nuevo el fuego cruzado. Diana decidió
meterse con su abuela debajo de la cama, en la parte de
arriba estaban las dos niñas y su mamá, y en el borde de
los pies, estaba sentado el policía, justo al frente de la
puerta de la habitación.
––Las explosiones que se escuchaban eran muy fuertes. Yo
pensé que había habido una en el apartamento de al lado,
porque la vibración del piso era algo muy feo, se sentía muy
cerca, peor que un temblor, y de pronto sentí como que
habían abierto la puerta de la casa.
Después de eso, Diana empezó a escuchar gente caminando
por fuera de la habitación donde estaban. Era como el
sonido de muchas botas y gente corriendo en el patio, justo
al frente de la habitación donde se encontraban. Al parecer
no sólo Diana estaba escuchando eso, puesto que su abuela
empezó a rezar, ella solo decía: “Dios mío, que a mi nieta
no le vaya a pasar nada, que me pase a mí pero no a ella”.
––Recuerdo que yo pensaba que ojalá ella no se fuera a dar
cuenta, o sea que no escuchara los pasos de ellos adentro
porque se iba a poner más nerviosa, yo nunca le dije a
ella que escuchaba eso, nunca le pregunté nada, además
porque ella lo único que hacía era rezar mucho.
Los guerrilleros ya estaban dentro de la casa. Diana había
escuchado bien: mientras ella esperaba la linterna, sobre el
techo estaban caminando los guerrilleros, después entraron
por el patio saltando por el lavadero.
Diana recordó en ese momento que a quien estaban
buscando era al policía que estaba junto con ellas en la
habitación. Él, unas horas antes, les había contado cómo
llegó a la casa, puesto que estaba en el parque cuando la
toma guerrillera empezó. Lo venían persiguiendo aunque ya
no trabajaba en Silvia, pero los guerrilleros sabían que él era
policía, y además sabían dónde vivía y quién era su familia.
Unas cuantas horas antes, Diana estaba en la cocina con
su abuela, todavía no había sonado nada y el policía les
dijo que por favor lo dejaran quedar allí porque, según él,
lo iban a matar. Sin ningún problema Diana y su abuela
le dijeron que sí, y en ese preciso momento sonó una
explosión que abrió la puerta de la calle. Él las tranquilizó y
recostado sobre las paredes se fue despacio y la cerró con
el pasador que era un buen seguro. Luego llegó de nuevo
a la cocina, pero como empezaron a sonar muchos tiros,
los tres decidieron ir a la habitación de la abuela de Diana,
donde pasarían toda la noche.
––Primero estuvimos sentadas en la cama, después de las
explosiones tan fuertes y de los tiros que sonaban nos
tiramos al piso. Yo lo único que recuerdo fue que pasé una
cobija para que mi abuela se envolviera las piernas y nos
metimos debajo de la cama. El policía se quedó en la parte
del frente, él no hablaba nada, no decía nada, se quedó
totalmente callado. Todos estábamos muy asustados, nunca
habíamos presenciado algo tan fuerte. El miedo no nos
dejaba ni hablar. Recuerdo que yo tenía la linterna y, como
por reflejo, alumbraba por dos segundos el reloj que ya
sabía dónde estaba: lo miraba cada minuto pero ese tiempo
se nos hacía una eternidad, a mí se me hacía que habían
pasado horas y no, sólo había pasado un minuto.
En la tarde del día anterior parecía que Diana como que
presentía que algo iba a pasar y que no podía dejar a su
abuela sola en la casa. Ella estaba con su mejor amiga y estaba
aprendiendo a manejar moto, Diana le estaba enseñando.
Ellas se iban a aprender por la calle de atrás de la policía
porque esa calle es poco transitada. A Diana siempre le han
gustado mucho las motos, pero como a las cuatro de la tarde
de ese día ya no quiso seguir montando más y decidió que
era mejor ir a entregar la moto. A su amiga la idea no le gustó
mucho pero terminó por decir que sí.
Diana llegó a su casa pero no había nadie, entonces se fue
para la casa de su abuela que queda a media cuadra de
la policía. Ella vio todo aparentemente normal y cuando
estaba llegando a la policía se encontró con Lina y Rodrigo,
una compañera del colegio y su papá, quienes vivían en
la casa de al lado de la policía. “Los saludé y hablamos de
unas cosas de trabajos para el otro día del colegio y bajé
donde mi abuela: esa fue la última vez que vi a Rodrigo”.
Después llegó a la casa de su abuela. Su papá estaba en la
esquina con su hermano, luego fue a la casa de enfrente.
Ellos comían en esa casa que era un restaurante. Diana se
sentó a conversar con la señora que preparaba la comida,
quien le pidió el favor a Diana que le fuera a buscar un
número telefónico. Luego Diana pasó al frente, a la casa de
la abuela, porque allí era donde estaba el directorio. Saludó
a su abuela y se quedó conversando con ella. Su abuela le
dio café y mientras se lo tomaba se acordó que tenía un
favor pendiente. Salió hasta la puerta y miró para la esquina
a ver si su papá todavía estaba allí.
––Cuando yo miré a la esquina, había un tipo con un arma
apuntando hacia arriba, hacia la parte de la esquina de
arriba. Lo primero que se me vino a la mente fue ¿a quién
van a matar? Volteé a mirar hacia arriba y no se veía nadie.
Cuando sonó un primer disparo entonces yo cerré la puerta
y entré corriendo donde mi abuela que estaba en la cocina.
El tiempo había pasado y era ya la una de la mañana, los
pasos dentro de la casa se seguían escuchando, cuando de
pronto empezaron a caer las luces de bengala. Luego los
guerrilleros empezaron a patear las puertas y abrieron la
habitación de enseguida. Allí se estuvieron hasta que se fue
el efecto de la luz.
––Se escuchaba que buscaban algo, pero gracias a Dios
nunca entraron al cuarto de nosotros, o sea no sé si fue
el ángel de la guarda porque nunca vieron la entrada del
cuarto, porque si nos hubieran visto ahí, en este momento
no existiéramos. Yo igual pensaba a qué horas nos iban a
abrir la puerta y si así era, el policía estaba precisamente
frente a la puerta o sea que si la abrían lo encontraban a él
de una. Entonces lo primero que decía yo era que si lo veían
a él pues ahí íbamos a quedar todos porque finalmente por
él era por quien habían entrado a la casa.
La puerta de la pieza donde estaban no era difícil de ver
porque es la que queda frente al patio que fue por donde ellos
se bajaron. Diana no se explica por qué no la vieron, ya que
es una puerta de las antiguas, de las grandes, además resaltaba
porque el color de las paredes era blanco y la puerta era verde.
––La habitación es muy grande porque ocupa casi todo el
patio, y la pieza donde ellos entraron era la más pequeña. La
puerta no tenía chapa y era muy chistoso porque esa puerta
se abría con nada pero yo creo que ese día nos protegieron
las oraciones de mi abuelita durante toda la noche.
No se sabe por cuánto tiempo estuvieron en la casa los
guerrilleros. A las seis de la mañana, Diana y los demás
decidieron salir a mirar qué había pasado. El primero que
abrió la puerta fue el policía, cogió a sus niñas y a su esposa,
miró a los alrededores y se dio cuenta que ya no se veía
nada y que podían salir sin ningún problema. Diana se quiso
levantar del piso pero no pudo porque el frío que habían
recibido sus piernas durante toda la noche no la dejaba.
Como pudo se sentó en la cama y esperó un momento a
que su cuerpo le respondiera de nuevo. Su abuela estaba
bien, ella sí había estado cobijada todo el tiempo.
Cuando salieron, lo primero que vio Diana fue que la casa
estaba muy sucia, había muchas tejas en el piso y la puerta
de la calle estaba totalmente doblada, los vidrios quebrados
y las paredes sucias. Diana estaba acompañando de nuevo
al policía a pasar a su familia, pero esta vez por la puerta
de la calle, cuando de pronto golpearon la puerta y eran su
papá y su hermano que venían a ver cómo estaban.
––Mi papá se puso a llorar porque él creía que nos iba a
encontrar muertas, ya que él abajo escuchó muchas cosas.
Contó que en la esquina donde él estaba se paraban a hablar
los guerrilleros y que decían que iban a poner una bomba
en la casa blanca que era donde estábamos y la única casa
blanca de la calle era la de mi abuela. Entonces él decía que
ya no nos iba a encontrar a nosotras vivas, además porque
las explosiones que uno escuchaba eran todas muy cerca.
Juntos, dejaron atrás la casa derruida y se fueron donde la
familia los esperaba.

Tomado del libro
Entraron a la casa
Por Natalia Morales y Julian Gomez



lunes, 4 de mayo de 2020

A Z U L

Se sentía la mujer más sucia del mundo. En el hospital la cosieron y el cuñado, José Luis, la sacó por otra puerta para que la policía y los periodistas no le fueran a preguntar qué había pasado. De todas formas ella no sabía lo que le había pasado. No entendía por qué el ejército peleaba contra los policías. Ella creía que era el ejército pero era la guerrilla.
Lo que la hizo correr en medio de tanto ruido por en medio de un color azul espeso fueron sus hijos. Los tres niños que tenía la llamaban cada que se caía, sus caras aparecían en el aire y con dulce voz le decían ‘mamá’. Cada que pensaba que se iba a enfriar y que iba a entrar en coma para después morirse, aparecían.




Lo que había ocurrido fue una confusión. Los guerrilleros pensaron que iban policías en el carro dónde ella viajaba. Entonces desde la loma arrojaron una bomba. La bomba no estalló en el capó del carro sino en la cuneta al lado de la carretera porque había rebotado. Gracias a Dios fue así. Y de eso sólo quedó una pequeña cicatriz en su frente.
Cuando vieron a las mujeres y demás civiles caer a lo largo de la carretera, asustados, ellos gritaban que la habían cagado: “Hijos de puta, la cagamos, no son policías”. Pero ya qué podían hacer.
El lechero pasaba por el sitio, la montaron en el carro, en la parte de adelante con la finada Amparo Castillo. En la parte de atrás del vehículo se montaron los otros docentes que viajaban al curso que estaban haciendo. En el carrole pusieron guantes para que no se fuera a enfriar, y en su cabeza lo único que estaba, aparte de sus heridas eran sus hijos, su esposo y el miedo de quedar en coma. No pudieron devolverse para Silvia porque la guerrilla no dejó.
En Piendamó, la subieron en un Campero y la taparon muy bien con todas las chalinas que traían puestas. Llegaron a Popayán. En Silvia la noticia era que no había quedado nadie vivo. A su papá y a su esposo les prestaron un carro para viajar a ver qué encontraban. Y encontraron en la carretera vidrios, casquillos de bala y nada más. 
Su mujer estaba en la casa de una tía, Ligia se llamaba. Con un abrazo infinito, lleno de amor y angustia la encontró viva. A ella nunca se le olvidaría ese episodio de su vida. En sus sueños durante muchas noches lo volvió a vivir. Y se lo recordaron tres tomas guerrilleras y muchos hostigamientos más de los que ella y Silvia, Cauca, han sido víctimas. 



Tomado del libro
Entraron a la casa
Por Natalia Morales y Julian Gomez