El 19 de mayo de 1999, la
tranquilidad de Silvia Cauca se derrumbó, pues el sexto frente de la columna
Jacobo Arenas de las FARC se tomó el pueblo y lo convirtió en un campo de
guerra armada, afectando de manera significativa a la población.
Un día tranquilo en el
pueblo, un pequeño grupo de policías jugaba ajedrez con “Chester”, mientras
“Conchita” estaba organizando su oficina
que quedaba diagonal al puesto de policía, Chester* paso donde Conchita* a que le
regalara un tinto, pues ya era hora del café.
Más tarde, tipo cinco de la tarde,
comenzaron a llegar camiones llenos de gente que parecían ser soldados, pero
tenían en su brazo izquierdo la bandera de Colombia. Descendían muy rápido,
rodeaban la iglesia y un hombre muy alto les gritaba hacia donde debían ir. También
bajaban mujeres y niños. Tenía en sus brazos armas, eran muchas y de diversas
formas y tamaños.
Un grupo de personas que se
encontraba frente al colegio Perpetuo Socorro, dijo “¡Éntrense… eso no es
ejército, es guerrilla!”. La angustia, en ese momento se apoderó del pueblo silviano. Yo andaba con mi mamá, en el Roble, pues mi papá se encontraba
trabajando en la alcaldía municipal, él dice que en ese momento pasaron mujeres
armadas y vieron al frente del restaurante La Colina, que bajaban niños armados
de una camioneta blanca, y rápidamente
salió de la oficina y bajó a la casa de mi abuela a refugiarse.
Después de unos cinco
minutos aproximadamente comenzaron a escucharse disparos muy seguidos.
Conchita cerró la puerta de
su oficina como pudo y se escondió en el baño junto con Chester. Mi papá no
pudo devolverse por su compañera que se había quedado en la oficina. La primera
bomba explotó. Sonó muy cerca de donde nosotros estábamos refugiados, las
personas que se encontraban ahí dijeron que era en la policía.
El patrullero Villegas, se
dió cuenta que el puesto de policía estaba siendo atacado por un grupo de
subversivos, cuando la gente gritaba ¡La guerrilla se entró! Solo veía una
polvareda grande después de la primera explosión.
Efectivamente, la guerrilla
llego a tomarse el pueblo como un campo de guerra armada. Las ráfagas y las
bombas no dejaban de sonar, ya estaba oscureciendo y el frío era cada vez
mayor.
Conchita salió del baño
gateando a llamar a su casa desde el teléfono fijo que estaba en su escritorio, para avisarle a su mamá que
se encontraba bien y a preguntar por su pequeño hijo; mientras sonaban las
explosiones, los vidrios del techo retumbaban
y reflejaba la luz, don Jorge, el dueño del local donde
estábamos refugiados preparó un café para calmar las ansias y el frío de los
que ahí nos encontrábamos.
Corría el tiempo y el ataque
no paraba, cada vez era más intenso.
*Daniel, mi papá, salió al
corredor de la casa de mi abuela, vio subir unas muchachas con tinas de leche,
lo saludaron, le dijeron ¡Adiós, buenas tardes!, ellas siguieron derecho hacia
el Banco Agrario, dejaron las tinas ahí y salieron corriendo, al momento
explotaron la tinas, que estaban llenas de dinamita.
Empezaron a sonar
helicópteros, y a iluminarse el cielo, habían llegado algunos refuerzos del ejército y la policía, por
aire, ya que la guerrilla había dejado explosivos en la vía principal de acceso
a Silvia, y también habían
hecho retenes falsos para que nadie entrara al pueblo.
Entre los murmullos de la
gente, recuerdo que decían muy claramente “¡Por fin llegaron estos hijos de
puta, que acaben con esta vaina ya!”.
Conchita en el baño de su
oficina angustiada, por los estruendos, pensaba que con las luces que
iluminaban el cielo podían encontrarlos y matarlos, su angustia era tanta que
en momentos pensaba que ya no había nada más que hacer, que donde se encontraba,
era lo único que quedaba de pie. En uno de esos momentos, entró un guerrillero,
porque la puerta de la oficina se abrió con los estruendos, subía y bajaba las
gradas, se escuchaban sus pasos.
A la madrugada del día
siguiente, poco a poco los ruidos eran cada vez menos, Conchita dice que ya
casi no se escuchaba que la policía respondiera a la guerrilla, los
subversivos, pusieron música en la cuadra entre el puesto de policía y su
oficina, y gritaban ¡LA TENEMOS VIVA HIJUEPUTA! ¡VENGAN POR NOSOTROS! ¡QUE VIVA
COLOMBIA!...
Con la luz del día y el
silencio tenso en ese momento, la gente salió de los lugares donde estaban
refugiados, Conchita gritó ¡¿Ya podemos salir? Nosotros somos los funcionarios
de esta oficina…! Y ellos respondieron ¡Sí. Salgan!.
Cuando salieron, encontraron
a cuatro policías listos para ser fusilados. Dice don Miguel que no lo hicieron por
la presión de la comunidad y los medios de comunicación que llegaron en ese
momento.
Doña Martha la esposa de uno
de los policías que murió en ese ataque, salió de su casa tirando al piso los
colchones que había puesto en las ventas para resguardarse de los tiros, le
gritó a conchita que estaba bien, pero salió corriendo a buscar bajo los
escombros que quedaron del puesto de policía a su esposo, mientras Conchita le
gritaba que tuviera mucho cuidado pues ella estaba en embarazo.
La consternación de la
comunidad Silviana frente a lo que quedo del puesto de policía fue tan alta que
la comunidad solo observaba en silencio, este lugar era una nube de humo blanco, que iba
desapareciendo poco a poco, y en el piso estaban los pedazos de pared, los
casquetes de las balas, las esquirlas que
dejaron las bombas, los cuerpos sin vida de los policías, los zapatos y sus
pertenencias dispersas en este sitio.
Más tarde, se creía que todo
había vuelto a la normalidad, pero no. El ejército ya no estaba. Quien
comandaría el pueblo de ese momento en adelante iba a ser la guerrilla, no
permanecían en el pueblo, pero cuando llegaban, llegaban a saquear las tiendas,
a llevarse lo que más pudiesen, dice don Miguel* que esta situación duro más o menos tres años.
*Conchita: María Concepción Reyes
*Chester: Ernesto Fernández
*Daniel Rengifo
*Miguel Luna: Portero Colegio Ezequiel Hurtado
*Miguel Luna: Portero Colegio Ezequiel Hurtado
ESCRITO POR:
Clara Isabel Rengifo Reyes
Comunicación Social y Periodismo VII Semestre
Unicatólica
No hay comentarios.:
Publicar un comentario