La violencia como forma de educación emocional contemporánea
Cuando se forjó el sueño emancipador basado en la razón y en el avance técnico se esperaba que dicha combinación cumpliera la promesa de llevar a las sociedades a su nivel máximo de complejidad. Creo que ese sueño como muchos fue inocente, se perdió en las bondades y dejó a un lado las contradicciones y la pluralidad de usos sociales que se le podría dar.
Resulta doloroso como en la actualidad esa concepción racional y técnica del mundo ha conseguido desplazar o al menos aislar la condición humana del hombre en pro de la satisfacción irracional de su deseo. Bastaría con escuchar una noticia, ver un post o una denuncia en redes sociales para desear mantenerse al margen de las acciones depredadoras del ser humano contra todo lo que le rodea.
Lamentablemente la información parece convertirse, por su frialdad y ejercicio naturalizador en una especie de escuela emocional que, en lugar de invitarnos a ser mejores, nos convoca a emular las acciones desafortunadas que presenciamos. Ello en razón a que descargar de sentido las palabras, racionalizar el lenguaje y tratar de mantener la objetividad ante hechos de abuso y destrucción contribuyen a ello.
Tras la palabra feminicidio en uso de los medios de comunicación cuyo significado denota un crimen de odio y alude al asesinato de una mujer por el simple hecho de serlo, se esconden concepciones racionalizadas, tecnificadas de violencia que pasan por instancias diversas a las del odio por el odio y con esos usos sociales se contribuye a invisibilizar problemas sociales de mayor envergadura, a mi parecer, que rastrear simplemente un sentimiento de odio.
El reciente caso de la adolescente Juliana Chirimuscay, que remite casi de inmediato al ocurrido hace algunos años con la niña Yuliana Samboni, traen al presente una serie de rasgos deshumanizantes y violentos que llevan a denotar sentimientos de crueldad más allá del odio al simple hecho de ser mujeres, parece que socialmente estuviéramos padeciendo una enfermedad de ansia de control y dominio sobre lo que nos resulta más débil.
El problema no debería ser si la adolescente estaba en una fiesta, si se pasó de la hora de entrada o si por un desafortunado incidente confió en amigos o en extraños, el asunto es que cada ser vivo en condiciones de indefensión no debería generar para ningún otro ser racional y humano un blanco para satisfacer el deseo vinculado a la crueldad.
De ahí se deduce que la lucha por el respeto a la vida y la dignidad es un problema que trasciende los límites del género y abarca la relación general del ser humano con la naturaleza en condiciones de respeto, reconocimiento y dignidad.
Mi pregunta simple es hasta dónde todo aquello que consumimos continuamente disfrazado de políticamente correcto es lo que forma en nosotros como seres humanos esa necesidad desmesurada de ejercer control hasta la muerte a todo aquello que nos resulta indefenso.
Andrea Calderón Villarreal
Profesora
Programa de Comunicación Social
Universidad del Cauca